23 de mayo de 2021. Domingo.
EL AGUA Y EL FUEGO
EL AGUA Y EL FUEGO
-Pentecostés. La fiesta por la que el aleluya se convierte en aliento,
en palabra; y el agua, en fuego, en bautismo. Es la «Pascua en plenitud». Hoy, la palabra, que es aliento, se hace
respiración y vida para el creyente. Elemento de comunicación, de acercamiento.
En el ámbito del Espíritu Santo se respira unidad. No es obra del Espíritu
vivir en una Iglesia dividida, parcelada como un tablero de ajedrez, lastimada.
La Iglesia vive en una Babel díscola, enfrentada, con miles de lenguas que,
muchas veces, dicen todo menos amor. El
punto de donde parte la perspectiva es el amor. Sin amor, no hay comunión, ni
iglesia, ni Dios cercano. Sin amor, nada se abre; todo se cierra. En el desamor,
Dios se pierde en la lejanía, se hace solo sospecha, no latido tuyo, respuesta.
Decía San Agustín que «el amor tenía que ser activo, no perezoso». Y es
perezoso el que se encierra en teorías y no se abre a la claridad del Espíritu,
que se da, como aliento, en el bautismo. Entrar en el agua, es dejar en ella la
suciedad y, ya limpio, llenarte del fuego del Espíritu. El Espíritu que es
consolación, porque es amor, y «armonía en la diversidad». Ha dicho el Papa
Francisco: «La Iglesia se reforma con la unción de la gracia, con la fuerza de
la oración, con la alegría de la misión, con la belleza desarmante de la
pobreza». Yo, Diario, le suelo pedir al Espíritu, cada día, que «repueble» de
bondad y de amor la faz angustiada, y con lágrimas, de la tierra, que la
embellezca de piedad y clemencia, sin iras, con aleteos de misericordia (13:25:57).
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