17 de diciembre de 2021. Viernes.
UN SOPLO DE AIRE
UN SOPLO DE AIRE
-El libro, ese don que hace el bosque –el papel– al ser humano, en el
que éste escribe sus sueños, sus debilidades, y aun la grandeza de ser
inteligente. En los libros se cobijan, como en un baluarte, las palabras, que,
según Irene Vallejo, en su libro El
infinito en un junco, «apenas son un soplo de aire», pero aire caligrafiado
que llena bibliotecas, y abre claridades a la sabiduría. Bien sea desde una biblioteca
restringida, pequeña, con brasero para leer en invierno, o inmensa como la de Alejandría,
que ideó e hizo casi infinita Ptolomeo III, rey de Egipto. Decía Cicerón: «Si cerca de la
biblioteca tenéis un jardín, ya no os faltará de nada». En el libro se ejerce
la libertad, el pensamiento se enriquece, se vigoriza el espíritu. Es bálsamo y
es acicate, y es, sobre todo, ciencia que llama, con nudillos de humildad –el
libro–, a la puerta del conocimiento, para dejar en él su semilla. Desde los
sumerios, año 4000 a. C., hasta nuestros días, el ser humano ha ido progresando
en el modo de dejar escritos sus sueños, sus reflexiones, sus ideales. Primero fue en tablillas de
arcilla, luego en rollos de papiro, en pergaminos, en tablillas de cera, en códices,
hasta los tipos móviles que dieron origen a la imprenta, y con la imprenta –milagro–
el primer libro impreso, la Biblia de Gutenberg,
siglo XV, hasta nuestros días. Poseer una biblioteca, aunque sea limitada, es
un privilegio, o como decía Pérez Reverte, «un proyecto de vida». En Egipto a las
bibliotecas se las llamaba: «El tesoro de los remedios del alma». Sin
bibliotecas, Diario, no existiría el pasado, y el presente se presentaría embrutecido, con la barbarie como única vereda posible hacia la perversidad y
el desencuentro de los humanos entre sí y la naturaleza, originándose el caos inicial, la total aniquilación (18:04:21)