PLANETA INFANTIL VACÍO
Ucrania, esperando en un refugio. F: Prensa. |
-Aunque nublado aún, hoy se ha hecho la luz. Como el que sorbe un zumo
de naranja, una dudosa claridad se ha bebido a la calima. El tiempo, diáfano,
burbujeante, y con la cuña de limón flotando arriba, se ha convertido en un
gin-tonic con hielo. El hielo tintinea en los costados de la copa cuando se agita.
Pero como el gin-tonic, el día es fresquito, e invita a abrigarse. Y mientras,
en Ucrania, lloran los niños que tienen que salir de su casa y viajar solos
hasta la frontera para que los acoja un familiar, o el azar. Los niños lloran y
la guerra sigue. Putin, el ruso inmisericorde, el abominable hombre de las
nieves, bombardea todo, hasta un teatro en Mariúpol, ciudad ucraniana, donde se
refugiaban cientos de personas para tratar de librarse de los ataques de los
invasores. Pienso en los niños, mujeres y ancianos allí masacrados, a los que
ha descuartizado una bomba. Pienso: las mujeres, con lágrimas, tratando de
proteger a sus hijos, como la gallina, bajo las alas, a sus polluelos; los
niños, aturdidos, sin saber del corazón cainita del hombre: la maldad turbando
su inocencia; y los ancianos, abstraídos, asidos al bastón entrañable de su
soledad, cavilando demonios. Sólo se oirían los murmullos del miedo, de la
impotencia, de un mundo sin juegos de niños, huérfano de sí mismo. Que muera un
niño, y en una guerra, es un acontecimiento brutal e infecto en la historia de
la humanidad, es morirse un poco todo, hasta la belleza. En su novela –memorable–
Mortal y Rosa, Francisco Umbral,
habla con su hijo enfermo –6 años– y, con fiereza de padre que sufre, le dice:
«Si algún día no estuvieras del todo, niño, cómo sería eso, cómo sería el
mundo, todo él, cuarto de juegos abandonado, planeta infantil vacío, el mundo
reducido a la ausencia de un niño». El mundo, tras esta guerra y todas las
guerras, es un «planeta infantil vacío», sin luz y sin juegos, condenado a
vivir de «ausencias», sin inocencia en la que hacer vuelos hacia los sueños e
inverosímiles aventuras, sin belleza interior. Yo, Diario, pienso en Dios, y
confío en que él nos libre de caer en cualquier desesperanza y nos llene los
ojos de miradas limpias de niños, y latidos nuevos –sin iras, vírgenes– en el
corazón (12:14:46).