7 de marzo de 2022. Lunes.
FLORECILLAS EN EL DESIERTO
-Frente a la
maldad de unos pocos, aberrante, terrible, surgen, como florecillas en el
desierto, la bondad y el espíritu samaritano de la mayoría. Cuando la guerra se
hace ave de mal agüero en un lugar, al otro lado, el de la paz, nace el humilde,
pero vigoroso detalle de la solidaridad. Me conmueve contemplar el ir y venir,
el quehacer constante y festivo de las personas que emplean horas de sus vidas
en buscar recursos para ayudar al prójimo, que, huyendo de la barbarie y
buscando respirar libertad, tiene que dejar su casas y su ambiente, y salir con
lo puesto. Es el evangelio –las ideas de Jesús– el que actúa en sus manos, en su
intimidad, en lo más hondo y escondido de su ser. Son activistas de la
generosidad, voluntarios del bien, frente a los ácratas –o agitadores– del mal.
Contra la guerra de Putin se ha levantado en el mundo libre una marea de vidas
que luchan, desde la retaguardia, para alentar a los que huyen con niños y
ancianos –lirios indefensos– de la guerra. Es una sacudida de grandeza, de esplendidez,
de prodigalidad, que estremece. Son el samaritano que se abaja al herido, y le
ofrece su mirada y sus manos, y su corazón que late al compás del corazón del necesitado.
Ambos, en la caridad, se hacen uno, que sufre y goza, curando y siendo curado. Decía
Teresa de Calcuta: «Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido». Vivir
en la rutina del no hacer, de quedarse en lo oscuro, para no vestirse de
claridad, es un mal negocio. Pues como decía David Hume –Tratado sobre la naturaleza humana–: «La belleza de las cosas,
existe en el espíritu de quien las contempla». Si en ayudar al prójimo ves una
pincelada de Belleza –de Dios–, habrás hallado, Diario, la fórmula de lo
perfecto, de lo sublime, y la vida te será más llevadera, y fascinante (11:49:33).
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