10 de marzo de 2017. Viernes.
CODICIA
Sabiduría en piedra, en Priene, Turquía. F: FotVi |
-Se me aparece el día como una patena de luz
extendida, echada sobre su misma melodía. Todo suena a placidez, a claridad viviente.
En el pájaro, en el árbol, en el río, en el nadar del cisne, se mueve la
claridad. También en las manos y en los ojos de las muchachas, y en el pie
descalzo del mendigo. Todo es claridad. Hasta en el llanto: o claridad en las
lágrimas. Lloras y se iluminan las lágrimas, como luces de rocío. Lo que no es
tan claro, es la corrupción, esa pequeña diosa que todo lo entorpece, y que es
oscura como el rostro negro de la noche. La corrupción, consecuencia de la
codicia. «No hay vicio más execrable
que la codicia”, decía Cicerón. El vicio, que es signo de desenfreno, de desvergüenza,
de tropiezo del espíritu. Ser vicioso
de algo, es ir tras el desorden, darle protagonismo al caos, meterse en la boca
del lobo de la anarquía. Es derribar el edificio siempre inseguro y movedizo de
la virtud. Sobre todo, dice Cicerón, si esto ocurre «entre los próceres y
quienes gobiernan la nación, pues servirse de un cargo público para
enriquecimiento personal resulta, no ya inmoral, sino criminal y abominable». Criminal
y abominable. Volver de vez en vez a Cicerón, Diario, da luz al alma y ennoblece
la mente, pues siempre le da una nueva dimensión a las palabras, una dimensión
de luz e insistencia en la sabiduría, que centellean (19:18:30).