9 de octubre de 2020. Viernes.
EL SEÑOR DE LAS
MIL CARAS
-Esta mañana miro al sol y lo veo grande, hermoso,
torrencial, pero no soberbio. En realidad, siempre la grandeza, si es
disciplinada e instruida, sabe a humildad, a manantial. Lo grande, si no es
humildad, es apariencia, fachada, y, como dice San Agustín, «hinchazón». Y lo
hinchado –sigue el Santo de Hipona– «parece grande, pero no lo es: se trata solo
de algo que no está sano». Un globo parece grande, pero no es más que aire,
gas, y la muralla de plástico que lo protege. Muralla tan fina y frágil, tan
quebradiza, que un simple alfilerazo es suficiente para destruirla. Desilusionando,
así, los ojos de los niños, que miran y no creen que haya explotado el objeto
de su asombro, el que los hacía volar en sueños, como Clavileño –el caballo de
madera–, a don Quijote y Sancho. El señor de las Mil Caras, el Innumerable, se
ha llenado de humos y ha explotado. Por lo del asunto de Madrid: los tribunales
le han cerrado la boca, y él ha salido por peteneras, como la Niña de los
Peines. Cierra Madrid, lo entorna, con una ley que no ampara la Constitución, y
acalorado, saca de su manga, como el gran prestigiador que es, el halcón del
estado de alarma. Yo, que no entiendo de política, pero sí de talantes, de
aptitudes, me entristece este modo de ser del presidente. «El que honra al
Señor, odia al mal. Yo, el Señor, detesto el orgullo y la altanería», dice el
libro de los Proverbios, en el que
habla la sabiduría de Dios. Pero el Múltiple, el pequeño dios que miente, sigue
en sus trece, y va a confinar Madrid. Aunque dicen los entendidos, Diario, que
sin razón: lo hace sólo por desahogar su cólera, como Zeus, el tonante (12:58:42).