24 de mayo de 2019. Viernes.
CRÓNICA DE UN DÍA
DE LETRAS
Hecho Paseo de las Letras, para ser pisado. Molina de Segura. F. Luis Sanz. |
-Ayer, en Molina, se podría decir con Leila
Guerriero, escritora argentina, que «había una luz repleta de carácter, una luz
sin dudas». Luz, que casi se podía acariciar, tan de carne era. Me daba el sol en
el rostro y no lo podía espantar como a las moscas. Un pájaro, a poca distancia
de allí, miraba y pensaba, hasta que se alejó dando benévolos saltos,
despreocupado. Primero hablé yo, en un atril de hierro. La vejez delante, me dijeron: deferencia
con los años, antes de la eternidad. Un servidor dijo dos o tres anécdotas, y
una hermosa realidad: que mis padres Vicente y Francisca, me educaron en libertad,
y yo, desde esa libertad, elegí ser cura y hacer versos, que dejé escritos en
libros, que engrosaron la biblioteca de Borges. Luego Paco Illán habló de cosas
e intolerancia, como siempre, con dureza en su lenguaje, y destellando su
espada de soldado del Temple. Qué pena, dijo, que no esté en este Paseo de las
Letras José María López Conesa, gran escritor, al tiempo que buena persona. Y
así fuimos desfilando por el atril –de hierro– soñadores –escritores–, cada cual
con su vida y su obra a cuestas: Antonio Ruiz, Javier Martínez, García de
Saura, y José A. Jiménez. Al final habló la alcaldesa Esther Clavero, que, con
su mirada verde y su sonrisa amable, dio las gracias y accedió a la sesión
fotográfica. Todos, Diario, pusimos cara de foto, y, tras el fogonazo, cada cual
se fue con su música –su amor a las letras– a otra parte; y con la advertencia
de Rilke, suspendida sobre nuestras cabezas: «La belleza no es nada, sino el principio
de lo terrible» (18:30:06).
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