martes, 10 de marzo de 2020

10 de marzo de 2020. Martes.
PAVOROSO NEGROR

Luz en el bosque, en la Selva Negra. Alemania. F: FotVi

-Cuando despierto por las mañanas nunca se me ocurre rezar: estoy todavía metido en sueños, y rezar con el sueño encima es decir palabras vacías, de contenido turbio. O sin contenido. Palabras que se lleva el viento, por ir ligeras de carga, de significado. Por eso lo primero que hago antes de rezar es afeitarme, tomar la ducha, limpiar los dientes, y dejar que salgan de los ojos los pájaros atolondrados que aún los habitan. Y es entonces cuando, con mis sentidos libres de adhesivos, me pongo y rezo, y la libertad y Dios me pueblan la boca. Como si masticara la verdad o la necesidad, o la fe en la que viven instaladas la libertad y Dios. Después de rezar, leo la prensa, una prensa triste y apocalíptica: el coronavirus salta de sus páginas como una zarpa inevitable que, sin dar respiro, va haciéndose dueña del mundo. Va aplastando poderes, cerrando escuelas, estadios, ¿iglesias?, el amor, la caridad; hoy no es un día, como en la niñez, de pan y juegos en la calle, es día de esconderse tras la puerta de casa y ver pasar la muerte en forma de virus coronado. Y esto cuando era delicioso vivir en la ciudad alegre y confiada, en «un sitio acaudalado en salud y buena fortuna, un lugar lleno de ríos», como dice Leila Guerriero. Había decidido no salir a pasear, pero, al fin, he salido: no deseo que me pueda el pavoroso negror de verme muerto. Si me pilla la tragedia, Diario, que lo haga contemplando las sombras del árbol, el vuelo quebrado de las mariposas, el caño de agua de la fuente del jardín, y así todo será más feliz y llevadero, musical (19:00:12).

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