25 de mayo de 2016. Miércoles.
LA ESTADISTA
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Mirada de luz, en el jardín. F: FotVi |
-Me conmueven los niños a los que, al otro lado de la
guerra y de la huida, del miedo y del llanto, les vuelve la sonrisa y el
regocijo por el hallazgo de un hogar; un hogar con los padres (o la protección
amorosa) y los hermanos (o los juegos como aleteos feroces en la cabeza), y un
pedazo de pan que mirar y admirar, y morder. El pan de la mesa redonda y
familiar, el pan sagrado de la seguridad. Llegan a España refugiados, con
niños. Pocos, pero son, y ahí están. Poco a poco se hizo el mundo, como un
libro, como un amor, como el silencio después del gran estallido del Big Bang.
Veo la foto de su llegada en la prensa, y me asomo a los ojos de los niños por
ver si veo a Dios. Y veo lo blanco, lo inédito, lo nuevo (un cielo nuevo y una tierra
nueva), lo no manchado, lo que empieza a ser como una suelta de palomas, libertad,
amor, palabras que atan, y que, atando, concilian, liberan. En la mesa. Y me pregunto
si esto es Dios. ¿O Dios es más misterio, más cosa fría? Pero si Dios es amor, sigo,
no puede ser frío, ni piedra, ni angustia, sino beso y temblor, y un latido en
todo esto que ocurre en los ojos de un niño. Dios, digo; y se me aclara una
cierta presencia suya en los ojos de los niños. Ahora que están de moda las
guerras, y las masas de gentes que huyen, y las alambradas, y los tratados y
las mentiras, y los olvidos tras de las tragedias, recuerdo esto que escribía
Francisco Umbral en Mortal y rosa,
año 1975, ya entonces: «Las campañas humanitarias nos dicen que cada minuto -o
cada segundo, no sé- muere un niño. Mueren de hambre, claro, de enfermedades,
de miseria, de abandono, de progreso. Mueren de progreso, porque el mundo está
progresando tanto que ya tenemos estadísticas exactas sobre los niños que se
mueren. Lo que no tenemos es ganas de alimentarles, pero llevamos su muerte muy
bien contabilizada. A lo mejor, con todo el dinero que cuesta el aparato burocrático
de contabilizar la miseria, se podía dar de comer a unos cuantos hambrientos.
Pero lo primero es la estadística.» Denuncia cruel y cierta, que araña en cualquier
conciencia, sana. Dinero para armas, que propician guerras y muertes, y estadísticas,
y no hay una convulsión universal de rechazo, que contenga las huidas y los
desplazamientos de estas gentes desvalidas y asustadas, con niños. Diario, pido
luz y largueza a las personas de buena voluntad que rigen la tierra, para que dejen
la estadista (y las guerras) y den el paso hacia la solidaridad (20:56:00).