15 de abril de 2015. Miércoles.
UN ALIVIO
Frágil Naturaleza, en el jardín. F: FotVi |
-Tuve un amigo de apellido Valenzuela (Arturo), que militaba en la
categoría de científico, pero con la humildad del que siempre está aprendiendo.
Era profesor, con la sabiduría de serlo. Y, aun siendo profesor, no había
perdido la lucidez del asombro; es decir, era un sabio con ojos de niño que cumplía
el protocolo feliz de dejarse deslumbrar, cegar por lo bello. El científico es
el que nunca deja de estar en situación de aprendizaje. Enseñaba Ciencias
Naturales, pero, al tiempo y debido a la sorpresa que le causaba esta misma
naturaleza, daba en ser alumno de sí mismo. Al enseñar, se gozaba aprendiendo:
el bicho asustadizo, la fugaz florecilla silvestre, la piedra recóndita, el
fósil envuelto en silencios de siglos, lo cautivaban como al niño la peonza.
Jugaba a ser sabio con la peonza de la ciencia, y como tal juego de peonza,
atractivo, dulce, no macizo, enseñaba. Ciencia metida, pues, en la cabeza de
los alumnos (alumnas en este caso) a modo de danza de peonza, o de sabia
diversión. Y como intérprete con él de todo ese mundo casi de fantasía
científica, le acompañaba la ironía y el buen hacer del profesor Miguel Cáceres,
su ayudante (o fiel confidente), que tocaba los fósiles como si fueran seda o
luz de siglos, con la delicadeza del que puede romper un sueño. ¿Razón de este
recuerdo, de este destello del pasado? Haber leído ayer el apellido Valenzuela
y por una causa tan válida y bella como la que he evocado. La Hermana
Valenzuela (Teresa), y en representación de las Adoratrices, recibía el Premio de
Derechos Humanos Rey de España, por la labor de estas monjas en favor de las
mujeres víctimas de cualquier tipo de explotación. Es un alivio. A veces, brillos
de luciérnaga, pequeñas chispas de yesca, Diario, iluminan nuestra sociedad apagada,
egoísta, trémula por tantos fríos de inviernos sin moral y sin sueños, sin sol
al que agarrarse; sin brújula, digamos (19:47:13).