14 de mayo de 2015. Jueves.
MURIENDO EN LA
ESCRITURA
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Con visera y pancita, en el abecedario. F: FotVi |
-Es difícil escribir; pero no lo es menos no hacerlo. Hay veces que se respira
en la escritura, en lo que dices, en lo que cuentas, y ardes en lo que respiras,
y así vives, ardiendo y dejando tus incendios como señal de que has existido,
de que estás, de que no te has ido. Vives, pues, muriendo en la escritura, en
su maravillosa y terrible soledad, en su verdad, en su mentira, en su amor y
desamor, en su grito que apenas grita, muriéndote y viviendo. Se muere en la
escritura, cada vez, un poco, desangrándote quizá, hasta que vives para
siempre. Dios escribió en los profetas, y se oyó en ellos, y luego calló, en
ellos, y dejó que hablara lo que él había escrito en los profetas, y es el
silencio más expresivo que existe, silencio que siempre habla, si se lee. Recuerdo
la primera vez que escribí una letra: el lápiz, la mano, mi mano, guiada por
otra mano suave e imperiosa, a la vez miel y decisión, sutileza y martillo de
yunque, mano de Sor Matilde, monja. Me guiaba la mano para que escribiera la
letra a; la a, con visera y pancita, y un pequeño ojo blanco en el centro. Así
la describía ella, así me la hacía pensar, con visera y pancita, la a, la que iba delante de agua y aire, y
de amor, y al otro lado de la m de
madre, la que estaba escribiendo, con violencia en el papel. Y la lengua fuera,
y la respiración a saltos, y la monja llevándome la mano, con decisión de rayo.
Enseñándome a andar por las letras, por sus selvas de belleza y pavor, y
asombro e interrogantes, y parpadeos, y definiciones de las cosas, enseñándome
a escribirlas. Llegué a casa y dije: «¡Sé escribir!»; y madre: «¿A ver?»; y
repetí la gesta, escribí la a, y
madre, llevándose las manos a la boca, dijo: «¡Ohhh!», con teatro, simulando
admiración, y yo reí, y maravillado por el asombro de mi madre, dije: «¡Sé
escribir!», y me fui a jugar, tanto, que, en el juego, olvidé que sabía
escribir. Que ¿por qué cuento esto? Porque gracias a aquella letra primera
rasgueada, rayada por mí, hoy, Diario, puedo escribir Nepal, y dolor, y les
daría mi vida, y les ayudaré, y les estoy ayudando, y ¡Dios!, desesperadamente,
y, aun tratando de disimularlo, lloro, y lo escribo (12:54:18).