16 de agosto de
2018. Jueves.
LUCIÉRNAGAS
EN EL TIEMPO
Baile de sombrillas, en la playa. Lo Pagán. San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-Leía ayer
en la prensa esta aseveración: «La salida de la infancia, siempre es un
desposeimiento». (David Gistau). Un desposeimiento, o destronamiento. Desposeerte,
despojarte de algo que amas y que, en tu debilidad, te salva. Desposeerte, o arrancarte
de aquella niñez protegida y subida a lo más alto del podio del afecto, de la
ternura, de las miradas y las manos de la madre y el padre. La madre protege
con la mirada, el padre con sus manos, valientes, esforzadas, y en muchos casos,
carcomidas por la cal y el trabajo, y la dignidad. Se te despoja del hecho de
ser niño, para subir el siguiente peldaño de la adolescencia, donde el mundo y
sus cosas tienen otra apariencia, otro volumen, y los horizontes se presienten
más cercanos, más al alcance de los deseos y las fantasías, aunque luego casi
nunca lleguen ni se cumplan. La niñez es cobijo, la adolescencia es ensoñación.
O ese imaginarte llegando a las estrellas, y por las que das pasos de una en
una, mientras la utopía se agranda, hasta la juventud. En la que ya,
definitivamente -y ahora, sí-, empiezas a salir de la niñez, hasta la mayoría
de edad, en la que, salvo para el poeta y el filósofo, todo se hace vulgar y
cotidiano, de color gris desmadejado, cruel. El poeta descubre versos
escondidos y bellos y el filósofo, enigmas; es decir, siempre están atareados, nunca
se dejan arrebatar la luz que emana de ellos, como luciérnagas en el tiempo.
Con Candela, la vida es más niña, Diario, y hoy se ha ido al pueblo, yo me
siento un poco más anciano, pero tratando de descubrir algún verso escondido
que hable de claridad y amor, o de amor iluminado (19:05:18).