20 de marzo de 2019. Miércoles.
EL RELOJ DE ARENA
Arco iris sobre Murcia, esta tarde. F: FotVi |
-Leo: «¿Hay algo más
viejo que el periódico de ayer?». José María Carrascal. ABC. Y un servidor podría
preguntarse: «¿Hay algo más viejo que la primavera del año pasado?» Y entonces se
me ocurre decir, lamentándome: «¡Cómo pasa el tiempo!» ¿En realidad es el
tiempo el que pasa? ¿O el tiempo está quieto, paralizado, y el que pasa soy yo?
Es el reloj de arena; arena que va cayendo como un pensamiento, depositándose
en el fondo del contenedor de vidrio. Y, después de un lapso, allí queda; pero
le das la vuelta al tarro y vuelve a cronometrar el tiempo. La arena siempre es
la misma, y el tiempo, según parece, distinto. ¿Pero se confunden ambos? La
primavera todos los años se repite, como el verano o el invierno, y el otoño. Lo
más parecido a la primavera es el otoño, y el invierno, al verano. La primavera
y el otoño son de contextura suave, lírica, casi humana; el invierno y el
verano, sin embargo, son de forma extrema, con un sol tórrido o un frío frenético
que intimidan y agobian. Pero eso no es tiempo; el tiempo es invisible, no se
deja tocar, ni cae ni asciende, está siempre allá donde tiene que estar, pero pasando.
Pitágoras decía que el tiempo es el alma de este mundo. Y como tal alma, es inapresable,
volátil, etérea. Como el humo, se nos va por entre los dedos y jamás nos deja
atraparlo. Esta noche a las 22:58, oiremos que nada ni nadie llama a nuestra
puerta, y, sin embargo, sabremos que el equinoccio de primavera ha entrado en nuestras
vidas, con el olor a azahar y el silencio de la muerte precediéndolos; para un
segundo después, decirnos: «Pasado el invierno, ha llegado la
primavera, de la que ya has dejado escapar un segundo», y, así, Diario, hasta el
solsticio de verano, con el dulzor del bocado de la manzana en la boca, crujiendo (18:54:02).