5 de abril de 2022. Martes.
TIEMPOS DE LABERINTO
TIEMPOS DE LABERINTO
-Calmado el viento, sigue la lluvia, benévola, nada irascible, nutriendo
los senos de la tierra; tierra que luego dará sus frutos: la almendra en la
campiña y el limón en la huerta. Y la palmera, reverencial en sus ramas, y esbelta
en su alta torre vegetal, de donde cuelgan, como ubres, los racimos de dátiles.
(Muerdo un dátil y me estalla su dulzor en la boca: «exclamación del gusto», digo). Como
decía ayer con Jhon Ruskin: celebro «el buen tiempo de la lluvia». Cuando
llegue el otro buen tiempo de la primavera, vendrán los vencejos, los que, tan vitales ellos, siempre están volando. Es decir, morirán soñando. Soñar
produce mundos inéditos, como pinturas expresionistas llenas de color a lo Van
Gogh, o el grito de Edvard Munch sobre el puente movedizo de la vida. Vivimos
tiempos de laberinto, incómodos («En el principio reinaba el caos», dice la
Escritura), como si en nuestras vidas se hubiera instalado la desesperanza; he
ahí la guerra, los crímenes de Putin en Ucrania, la pobreza que la pandemia ha
acentuado en la sociedad, el llanto de los niños que, con el asombro en sus
ojos, ven y no entienden qué ocurre en su entorno, la miseria intelectual, ética
y moral de tantos dirigentes, los desplazados, y las madres, las que más pierden en las guerras, las que en soledad esperan al ser querido, que tal vez nunca vuelva. Las que más lloran por la justicia en el mundo. Sin embargo, yo no
pierdo la esperanza, y digo –rezando– que cuanto más oscura es la noche, más
estrellas se ven en el cielo; estrellas, Diario, que la noche –la
del murciélago y la pesadilla– te regala, gozosamente (12:13:31).