20 de noviembre de
2018. Martes.
EL CALOR DE LA A EN LA BOCA
Haciendo camino, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Despierto y me doy con los
ojos contra el sol, que aparece agazapado en el balcón; parpadeo: me deslumbra
la claridad, como a un niño las primeras letras, o los primeros pasos, o el
primer olor maternal apetitoso y rico, inolvidable. Hoy, día mundial del Niño, me
regalo el placer de recordarme en mi niñez, en Molina, monaguillo y travieso, y
descubridor de algo que nunca olvidaré: el día que reconocí una letra, la a, y la
pude leer: ¡a!, ¡a!, ¡a!, y decirla, todo el camino, hasta llegar a casa, con
el calor de la a en la boca, ese sabor inolvidable de letra, y, delante de mi
madre, llorando de alegría. Con ella, que me abrazaba. En el día del Niño, y recordando
a todos los niños que son explotados de tantas maneras, humillados, en mundos hostiles,
que no pueden sentir el placer de saborear una letra en su boca, que miran todo
con ojos de mayor, sin asombro, con cuerpos de niños y actitudes de vejez, con
la maldad en sus ojos de puñal y en sus bocas blasfemas, maldad inocente,
resabiada, en este día, Diario, rezo, para que mueva el corazón de los explotadores,
sanguijuelas, y los transforme en corazones nuevos, con piedad y un punto de
luz, para que vean y dejen de perseguir y arruinar la niñez, para que caigan en
la cuenta de que ellos también fueron niños, es decir, fragilidad, inocencia, piedra
con la que forjar un ángel, una vida celeste, un niño feliz, fascinado, libre y
no herido, no agredido, no mutilado