7 de mayo de 2014. Miércoles.
LA LEY DE
LA ARAÑA
Castillo de hadas, en el jardín. F: FotVi |
-Me acerco a regar un geranio y veo una araña, menor que una lenteja y
de su mismo color, columpiarse en su hilo de seda, que podría estar hecho de seda
de mar o de seda de Arabia, tan lúcido y tan fino es, pero, no, es suyo y lo ha
hecho para acunarse mientras queda a la mira de la caza. La araña es labor, espera,
camuflaje. ¡Un ser vivo y tan liviano!, me digo, y bendigo por esto. Vuelvo
esta tarde y sigue laboriosa la araña, con su castillo de hilos más vasto y más
de cuento de hadas aún, y avizora. Gira sobre sí y capta movimientos, como el radar,
y si ve una mosca, tratará de atraparla, no así a las avispas, que, como ya advirtiese
Plutarco, las dejará escapar. Las avistas tienen aguijón, no así las moscas, se
dice la araña, y, al modo de las leyes, el insecto pequeño es prendido, mientras
que el grande sale indemne, que así lo expresó más o menos otro sabio de
Grecia, Solón de Atenas. Lo grande puede con lo chico, y eso, Diario, lo sabe
la araña, que, como las leyes, elige sus presas según tamaño, y títulos, y categoría
social; no todos somos iguales, ante la ley de la araña (20:44:56).
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