28 de febrero de 2022. Lunes.
CONFESIÓN
Lavada por la lluvia, en el jardín. Torre de la Hosadada. |
-Me asomo a mí
mismo y no me reconozco; no soy lo que aparento: las cubiertas no reflejan lo
que es el libro por dentro. El cobertizo es bello; el interior, sin embargo,
papel malo y mejorable literatura. Por eso, de vez en cuando, dejo que otros me
miren, los que saben de interiores, los que se fatigan en el estudio del espíritu.
Dejo que me lean y hagan correcciones en mí, y pongan notas de luz, limpia, higienizada,
y apaguen otras que tiznan y mancillan. Es lo que llama San Juan de la Cruz: «Sosegar
la casa». O intentar corregir desórdenes, desequilibrios interiores, que
«atormentan, cansan y ciegan». Dejar que otros vean lo que tú no ves, es una
muestra de humildad –bajar los ojos para centrarte en ti– y de apertura
ilusionada hacia la luz. En la oscuridad, con los brazos extendidos, se busca
la claridad, para poder ver las cosas y tocarlas, y así amarlas. Me confesaré
libro, y permitiré que, hoja a hoja, me abran y me vean papel y sueños, elegía y lírica, abatimieno e ilusión; o lo que es lo mismo, cansancios y vehemencia espiritual. Total: vida, u hombre sin más. Quizá alguien llame a esto confesión;
pues que así sea, Diario, me confieso barro y obra de arte, crepúsculo y aleteo, afonía y palabra; es decir, me confieso ser humano: reliquia de Dios (11:28:24).