3 de marzo de 2014. Lunes.
SALÍ AIROSO
DEL TRANCE
Veneno y belleza (baladre), en el jardín. F: FotVi |
-Como diría San Juan de la Cruz, al final, salí airoso del trance. Fue
antes de la misa, el domingo, en San Blas, y cuando abría las puertas de la
iglesia. Con un vientecillo fresco, el sol iba de nube en nube, saltando y
escondiéndose, jugando al escondite invernal. Yo estaba casi eufórico: me
agradan estos días inciertos de invierno y pienso en los países donde nieva. Como
diría Umbral: la nieve es tiempo en plumas. Recogía los saludos de los que iban
llegando y saludaba yo a mi vez. De pronto, aparece un señor en bicicleta que
me pregunta si soy el párroco, le digo que sí, y me dice que está en el paro, que
tiene una familia que alimentar y si le puedo ayudar. Le digo que la iglesia
ayuda a través de Caritas. Insiste. A estas horas, dice, está cerrada. Y pienso:
es cierto. Y le digo la verdad: en ese momento no llevaba yo nada encima, ni un
mal céntimo; pero no debió creerme y se lanzó al ataque, un ataque verbal, fiero,
envuelto en gritos. Ataque, además, emboscado en una cierta maldad. Yo diría
que llevaba el discurso preparado, y escondida la rabia. Desde ladrón y asesino,
hasta violador de niños, me llamó de todo. (Es cierto que el pecado de unos
pocos, suele, como el agua de la fuente, salpicar a otros; ya saben lo que se
está aireando estos días: un pecado atroz de determinados religiosos que enloda
a toda la iglesia; pero que la iglesia ya ha reprendido y castigado). Una
anciana, Inés, le quiso ayudar; pero también se revolvió contra ella, echándole
las culpas de lo que es la iglesia y la causa de que todavía exista. Reconozco
que, por lo inesperado y violento del ataque, me sentí nervioso y abatido, y con
un profundo malestar. Y así salí a celebrar; aunque me fui serenando. En la
homilía hice una ligera mención del percance y seguí hablando de la, según Isaías,
maternidad de Dios. Dios, Padre y Madre. Ya lo afirmó el santo papa Juan Pablo
I, dije. Y en el momento de hablar al pan y al vino para que fueran cuerpo y
sangre de Cristo, según las palabras de Jesús, todo había pasado. Y sin ser
santo, pero sí consecuente con lo que predicaba, puse la otra mejilla. No sé si
es la primera vez, creo que sí. Y tan es así, Diario, que pensé: si volviera,
le ayudaría de cualquier manera: aunque fuera pidiendo para él. La otra
mejilla. Y es que, me dije, no todo es predicar: no está mal de vez en cuando
hacer aquello que se predica, y esta vez lo hice. Y me sentí, si no santo, sí
feliz. Y que conste que no se trata de contar ninguna batallita, no estaría
bien (19:53:21).