11 de noviembre de
2018. Domingo.
LOBOS
DE BOSQUE
Trágicas ruinas de guerras, en Agrigento. Sicilia. Italia. F: FotVi |
-Se me aparece el
domingo y canta aleluyas; con trompetas y tambores vibrantes. Día, pues, de
aleluyas, y de señaladas efemérides: como la celebración del final de la Gran
Guerra Mundial; que, después de tantas otras –la Revolución Rusa, la Guerra del
Vietnam, la Guerra de los Cien Años, de Religión…, y la de cada día por sobrevivir–, la llaman
la Primera. A la que siguió –luego de veinte años– la Segunda. Ganas de
simplificar, o de olvidar, o de minimizar. Se eligen una o dos como las más
importantes y principales, se olvidan todas las demás, o se empequeñecen las
otras. Pero toda guerra, cualquiera que sea, grande o pequeña, de flecha o de
cañón, es la barbarie, pues en ellas lo más importante que ocurre es que se da
licencia para matar, mientas que la
conciencia se esconde en el carnet de identidad o en la bayoneta del fusil. Con
licencia para matar y sin conciencia en la que mirarse, todo es más fácil: en
vez de personas que guerrean se hacen máquinas de destrucción, matarifes sin
piedad, lobos de bosque. Hoy, domingo, entre los aleluyas, me ha venido a la
mente aquella guerra y todas las otras, y mi plegaria, entonces, se ha hecho
paz: o el resultado de la piedad, de la misericordia, de la tolerancia,
del amor, que es, Diario, regalo de Dios (18:19:10).