7 de abril de 2019. Domingo.
LLUVIA Y TRUENOS
Florecen los olivos, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-La tarde de ayer fue de lluvia y truenos, y
granizo. Gracias sean dadas porque, durante un corto espacio de tiempo, la
lluvia fue generosa, y débil la granizada que la acompañó. En otros sitios de
la región, no fue así: hubo lluvia y pedrisco en abundancia, y temor por las
cosechas. Desde que estuve de cura en Casas Nuevas de Mula, allá por los años del
57 al 63, y recorrí con mi moto Guzzi aquella hermosa comarca, cada vez que
llueve pienso en las personas que se aventuran a sembrar, confiando en que el
cielo riegue los campos y evite la piedra. Ayer, al ver llover granizo, me
acordé de Indalecio Escámez, aquel hombre grande y prudente, sabio y socarrón, del
que aprendí tantas cosas bellas y prácticas, y que, en mi infantilismo teológico,
tanto me ayudó a tener paciencia y a ser más evangélico que teórico, más de
Dios, desde la sencillez y el trato amable, que desde la arrogancia del púlpito
y la palabra engolada. Aquel hombre me llenó las manos y el corazón de
misericordia, y la boca, de sonrisas. Con mi padre Vicente y el amigo Indalecio,
me hice hombre y cura de pueblo, y nunca quise ser más de eso. Por todo esto,
ayer tarde, mientras tronaba y llovía piedra, me acorde del campo y de sus
gentes, y de la alegría y la amistad con la que vivían y se apoyaban entre sí. ¡A
cuántas personas de bien conocí entonces, y cómo las recuerdo ahora, Diario,
con devoción y emoción! Y con un cariño que cada día renuevo y hago vivo en la oración
(19:13:19).