27 de marzo de 2022. Domingo.
¡LAETARE: ALEGRÍA!
¡LAETARE: ALEGRÍA!
-Amo la luz, la claridad. Por fin el cielo se ha vestido, por unos
momentos, de azul, y, para celebrarlo, he sacado mi corazón a volar. Ha salido
el sol y ha tocado mi alegría. Y la he dejado ir. Ayer, al atardecer, vi la
luna como la pensara Gabriela Mistral, «pestaña de luz», o «luna de luz
desmayada”», como la llamó Bécquer. Hoy, cuarto domingo de cuaresma, celebra la
Liturgia el domingo de la alegría. Se nos invita a perdonar y a ser perdonados,
se nos invita al amor extremo, el de Dios. He ahí la razón de nuestra alegría. «¡Laetare!»,
clama la Iglesia. Una de las cualidades
del amor de Dios es que ama sin medida, infinitamente, y perdona sin medida, hasta la
cruz. En la cruz brilla, entre estertores sagrados, la belleza y dimensión, sin
horizonte que lo detenga, el amor de Dios. En la parábola del hijo pródigo Jesús
abre su corazón y nos dice, con la sabiduría del buen maestro, cómo ama Dios.
El hijo perdido, el que estaba muerto, ha revivido, y se hace la fiesta de la
acogida festiva y del abrazo reconciliador. La nota discordante es la del
hermano mayor, que, por envidia, renuncia a amar. Renuncia al abrazo, al beso
de hermano. Dice San Agustín que el pródigo, antes de volver al Padre, «volvió
en sí»; es decir, se encontró a sí mismo, contempló su orfandad, su andrajo
interior, y decidió volver al Padre. Y, en el Padre, halló la alegría de vivir,
y, para su espíritu, el otro alimento del abrazo, el que te vuelve a vestir de hijo. Y en el abrazo se oyeron
latir dos corazones, que, desde entonces, sonarían en una misma tonalidad, la del
Amor de Dios: acorde celeste (18:04:01),