2 de junio de 2022. Jueves.
ESTE PERRO DE MUDO OLISQUEAR
ESTE PERRO DE MUDO OLISQUEAR
-He ido a Madrid y
he recitado poemas, ha sido como si me nacieran manantiales en la boca. Cada
vez que esto ocurre, hago profesión de mi fe poética y del lenguaje. Mi
escritura es, ante todo, el resultado de una doble estupefacción o asombro: los
que me causan las cosas en sí y el modo de vestirlas con palabras. En la
escritura, el lenguaje para mí es tan importante o más que la cosa que él dice
o airea; pues según revista la cosa que digo, así será más o menos bella, y aún
más o menos la misma cosa. Si yo escribo: «Un perro levanta la pata y…», estoy expresando
una vulgaridad, aunque sea una evidente y clara realidad. Pero si yo escribo:
«Este
perro
de mudo
olisquear,
nervioso y solo, y listo
para la huida,
que averigua los huesos
y levanta
la pata
–perdón a todos por el gesto–,
¿qué sostiene?,
¿qué rosa se le cae encima?
¿qué nube quiere
mantener
en alto?,
¿o qué cielo
se le hunde
y lo defiende?», etcétera.
Esto que escribo es más mágico y, por tanto, más excelso y real. Que levante la pata un perro es un gesto cotidiano, vulgar, sin trascendencia. Pero lo otro –hecho poema– es un gesto que destilla filosofía lingüística y aun enseñanza casi metafísica. Es más, tiene su encanto reivindicativo y rebelde, casi revolucionario, oxigenante. Las palabras no sólo dicen la realidad, sino los sueños de la realidad. Una cosa dicha es una cosa que existe no sólo ante los ojos, sino sobre todo ante la inteligencia y ante la cosa misma; sin ser dicha, la cosa sería un ser ignoto y anónimo, y no estaría en la mente del hombre recreándose y consagrándose, siendo realidad vital con infinidad de ensoñaciones en su haber. Los recuerdos, al ponerle nombres, se tornan cosas de ahora, revividas, tangibles, tal es el poder de la palabra, Diario; tan es así, que la Palabra de Dios se hizo carne y habitó (y habita, late) entre nosotros (12:36:17).
de mudo
olisquear,
nervioso y solo, y listo
para la huida,
que averigua los huesos
y levanta
la pata
–perdón a todos por el gesto–,
¿qué sostiene?,
¿qué rosa se le cae encima?
¿qué nube quiere
mantener
en alto?,
¿o qué cielo
se le hunde
y lo defiende?», etcétera.
Esto que escribo es más mágico y, por tanto, más excelso y real. Que levante la pata un perro es un gesto cotidiano, vulgar, sin trascendencia. Pero lo otro –hecho poema– es un gesto que destilla filosofía lingüística y aun enseñanza casi metafísica. Es más, tiene su encanto reivindicativo y rebelde, casi revolucionario, oxigenante. Las palabras no sólo dicen la realidad, sino los sueños de la realidad. Una cosa dicha es una cosa que existe no sólo ante los ojos, sino sobre todo ante la inteligencia y ante la cosa misma; sin ser dicha, la cosa sería un ser ignoto y anónimo, y no estaría en la mente del hombre recreándose y consagrándose, siendo realidad vital con infinidad de ensoñaciones en su haber. Los recuerdos, al ponerle nombres, se tornan cosas de ahora, revividas, tangibles, tal es el poder de la palabra, Diario; tan es así, que la Palabra de Dios se hizo carne y habitó (y habita, late) entre nosotros (12:36:17).