18 de marzo de 2017. Sábado.
BUEN DÍA
Con gozo, recibiendo el sol de la mañana. F: FotVi |
-Me despierto, bostezo, miro al cielo y digo: buen
día, buen sol: la vida sigue. Y me pongo a rezar. Para mí, rezar, es empezar el
día con buen pie y la mente despejada; buen pie para poder dar pasos en la
buena dirección (no en la sinuosa o desviada o perdida dirección), y la mente
abierta al asombro, y, ante las cosas que me rodean, ser capaz de hacer ¡oh!, y
deslumbrarme. Rezar es dejar que, en la boca, haya palabras de luz y liberación,
de esperanza y trascendencia, nunca palabras vencidas o esclavas, falsas. Las
palabras que rezo, van más allá de cualquier horizonte: cruzan el espacio y el
tiempo, y la lógica, y quizá no sepan exactamente adónde van, pero me hacen ser
mejor y más exigente conmigo mismo. Rezar es tocar algo que se resiste a quedar
entre los dedos, como el agua, como el viento, como la luz, pero que te hace
sentir (con júbilo) que algo hermoso has tocado. Que lo has tocado y gustado.
Lo sé, porque, una vez dichas las palabras, las saboreo, las volteo con la
lengua y así las gusto otra vez, como un hueso de ciruela, luego de haberle
comido la pulpa y haberla dejado desnuda, sin carne. ¿Y todo esto por qué?
Porque, tras las palabras, queda la conciencia de haberlas dicho y masticado, o
sorbido, y deletreado con amor; y porque como diría Frantz Fanon, escritor
martiniqués: «La conciencia es actividad de trascendencia». Y es que la
conciencia, Diario, está en las palabras que dices y en las que quedan
dentro, si son buenas y voladoras, y van hacia arriba y no hacia el abismo, si
se salvan de la vulgaridad y las dices con verdad (19:24:37).