UNA VIDA HUMILDE
Dios sonríe en Juan Pablo I, papa y beato. F: Vida Nueva |
-Me levanto,
parpadeo, doy unos pasos con dudas, me santiguo –«un día más», digo– y doy
gracias. Son las siete y al sol le cuesta encenderse en el horizonte. Las
palabras se me hacen plegaria e himno en la boca, y reverencian al Dios de la
misericordia. Oigo noticias, todas terribles, salvo alguna amable: la
beatificación de Juan Pablo I. Fue Papa solo 33 días; Dios, en él, no quiso
sonreír más; demasiado el llanto del mundo. La humildad de Juan Pablo I la
convirtió en sonrisa, buscando siempre la voluntad de Dios. La sencillez
sonríe; la soberbia se carcajea. Es hermoso lo dicho por el papa Francisco de
él; Albino Luciani, dijo, «se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el que
Dios se había dignado escribir». El polvo elevado a la categoría de papel donde
poder escribir el poema –la belleza– de una vida humilde, alegre, serena, abierta
al diálogo, sin resentimientos, y en Dios, vida donada toda ella a la persona
humana. Dios, como sucedió en el evangelio, se agacha y escribe sobre el polvo del
papa Luciani la sonrisa de una vida evangélica, que acabó haciéndose cruz y
donación, y, al fin, aleluya glorioso. El papa Juan Pablo I, con su sonrisa,
Diario, «logró trasmitir la bondad de Dios», ha dicho el papa Francisco
(12:39:40).
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