2 de septiembre de 2022. Viernes.
EN BICICLETA
EN BICICLETA
-Insiste el calor como una mosca en una herida: mordedor y molesto, insistente. No hay modo de quitárselo de encima. Es como una lengua que se pega al paladar, un conato de incendio, o un Fahrenheit 451 –novela de Ray Bradbury–, quemando libros. El calor siempre llega de abajo, así como el frío de arriba. Norte, frío; Sur, ardiente. Pero voy a decir que me apena más ver a un indigente en bicicleta con frío que con calor. Con el frío, los indigentes en bicicleta parecen más desamparados, como si pedalearan en más soledad; el frío despuebla las carreteras y hace más íntimos los pueblos. Los hay, indigentes, que llevan barba, pero todos, tristeza y estrechez. En la bicicleta, apenas va el indigente y lo poco que posee: un bulto de pobreza en el trasportín y su afán por llegar a alguna parte. Llegar adonde lo reciban o lo rechacen; donde lo reciban con un plato de sopa caliente o el desaire de ni mirarlo. Hoy he visto a un indigente en bicicleta y he pensado qué será de él el próximo invierno, cuando el frío, la nevada, el desamparo. Pedaleaba cansino. Pero estoy seguro que a él no le inquietarán aún los fríos del invierno, sino dónde pasar la próxima noche, y, echado y con las manos en la nuca, poder así contemplar la Luna de agosto, casi azul, casi célibe, y hacerle algún poema, que nunca escribirá. O sí. Pues, tal vez, por ser poeta, se haya echado a los caminos «para hacer camino al andar» y sentir, en la soledad terca y encelada de búhos, más cerca a Dios. Quizá (12:35:01).
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