17 de abril de 2022. Domingo.
BROTÓ EL ALELUYA-De la noche oscura, brotó el Aleluya, signo de
resurrección, de vida. Se recobra la alegría. Vivir la liturgia en una capilla es
entrar en el interior o cripta (lo más íntimo) de la celebración. Y digo cripta
por no decir alma; el alma de la liturgia. Es el ámbito por donde más cómodo debe
moverse Dios. Dios anda más por lugares de intimidad que por catedrales (bellas,
sin duda) de solemnidad. A Dios lo demasiado solemne le debe producir una
cierta fatiga; dirá: «Siempre lo mismo: ¡tanto esplendor en el cielo, y aquí
abajo!» Las raíces viven en la intimidad de la tierra, donde la vida es latido,
vibración, suceso, pero ocultos. Algo así como el morir del grano de trigo; que
muere en la tierra, para, desde la tierra, ser espiga y oro en la recogida. La
liturgia en la Casa Sacerdotal es algo así. Es liturgia de dentro a fuera;
porque, en el adentro, parece más. Jueves Santo ha sido, ante todo, una bella
celebración, reposada, íntima, en común, pero desde la clandestinidad abierta
del espíritu, sin aspavientos. Se ha vivido lo que es ser Iglesia, pero desde
lo más entrañable, que en más de un caso es peregrinación del alma hacia los
sentidos. No al revés. Como la fuente, que, desde el silencio primero, se hace
alegría luego en el arroyo y arrebato en la cascada. El jueves, en la cena del
Señor, hasta sonó un teléfono. Quizá fuera la llamada que se nos hacía desde el
sufrimiento de Jesús, para que nos invadiera el momento y lo metiéramos en
nuestro interior, donde nacen las aventuras más hermosas, las del amor. ¿O por
qué no para anunciarnos la alegría adelantada: el aleluya Pascual? Con el que, sin
grandes aspavientos y en la sencillez hermosa y espiritual de nuestras almas, Diario,
nos alegramos y vivimos, sin demasiados ruidos exteriores, o solo con los naturales
de nuestras toses, bondadosamente acogidas, sin duda, por el Señor (17:21:27).