jueves, 5 de noviembre de 2020

5 de noviembre de 2020. Jueves.
PISAR DE PÁJARO

Mojada por la lluvia, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Huelo a lluvia, y es como oler a cielo. A excelsitud. ¡Qué bello despertar de este modo tan fascinante! Con la lluvia dando en los cristales, como pisadas de pisar de pájaro. Es decir, pisadas claras y armoniosas, cantábiles, que diría un músico. Hoy, lluvia y viento. Cuando escampe, todo aparecerá más limpio y aseado: casi se tocará la pureza. Los campos respirarán abundancia; las ciudades, menos dióxido de carbono, menos CO2. Con la lluvia y el viento, toma descanso la contaminación, la profanación por el hombre de la naturaleza. A pesar del virus coronado, reverdece la esperanza de seguir viviendo, de estar presente en el próximo cumpleaños. El tuyo y el mío, con velitas pinchadas en la tarta y el soplo encandilado, fascinante, que apaga las velitas; soplo que, aunque apaga, enciende: pues es el mismo soplo, o aliento, que anima la vida. Cada vez, cada año, cada día, cada instante, ganamos años y perdemos algo del hoy. Con luz –o el «muero porque no muero»–, y con sombras: nuestro recelo y horror a morir. Son el haz de claridad y tinieblas en la que vivimos inmersos. Sin remedio. Aunque la fe repliega esas tinieblas y nos acerca al rostro de Dios, que es belleza contenida, aún no dada; pero adelantada, Diario, en la esperanza, pues como dice San Pablo: «la esperanza no defrauda»; la esperanza restituye en Dios lo que nos quita la vida, es la hermosa moneda de cambio que nos adelanta la fe (12:33:14).

miércoles, 4 de noviembre de 2020

4 de noviembre de 2020. Miércoles.
OLER LA LLUVIA

Florece el agua, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Hoy, las nubes nos cubren (bellamente) y amenazan lluvia. Bendita amenaza, que diría el monje hortelano, bajo el paraguas de su capucha y el rezo del rosario en los labios. La lluvia le da alas a la tierra y la prepara para soltar sus pájaros –tan verdes– en primavera. Sus verdes aleluyas primaverales. Me gusta el invierno, es recogido y entrañable, como un solo de violonchelo en un concierto de Vivaldi. Con la lluvia, el cielo se hace tierra y la tierra toca el cielo. Me gusta oler la lluvia; huele a monte y a cedro centenario, a río, a aljibe, a la antigua tinaja de casa. Otra clase de lluvia es la oración, que, en la boca, se hace abundancia, raudal que moja el amor de Dios. Ablandándolo, haciéndolo regocijo asequible, trago suculento. Ayer hablaba de soledad. Ese vivir sin sonidos humanos, sin latidos que se entrecrucen y digan: «¡Hola»; o: «Te necesito»; o: «Deja que te eche una mano». Me gusta la soledad que yo elijo, no la que me imponen, encadenándome a ella. No me gusta la soledad que me imponen políticos incultos e insolentes. No quiero ser esclavo de nada: tampoco de la soledad que yo no he buscado. Mi soledad, la que yo busco, se nutre de silencios, en los que de vez en vez se deja oír Dios, si lo llamo. La soledad, Dios y yo, Diario: tres amigos y un solo Dios, que escucha y habla, y actúa, amando, siempre (17:47:56).

martes, 3 de noviembre de 2020


3 de noviembre de 2020. Martes.
LLENAR LA SOLEDAD

En la soledad del claustro, estalla la torre. Santiago. F; FotVi

-Dice la meteorología, que este sol otoñal, vestido de cendal y de telas acuosas, vaporosas, se nos va. Quiero decir: que este sol suave y deslizante, que pasa sobre nosotros sin romper y sin incendiar, sibilinamente, se nos va y llega el invierno, con su tos y su frío grises, deslucidos. Mañana cambiaremos sol por lluvia, claridad por sala de cine a oscuras. Y veremos nuestra película de destierro y de exilio, despiadada, triste. Entraremos con el covid en el local cerrado de la melancolía, y, allí, sólo nos acompañará nuestra soledad. Sólo la soledad es nuestra, la compañía se nos da, nos la regalan. Si hay alguien osado y complaciente que dice: «¡Qué solo estás!», en ese instante, en esa concentración de segundo, se abre el encantamiento: algo, o alguien, ha acompañado tu soledad. Albert Schweitzer, misionero, teólogo y Premio Nobel de la Paz, escribió: «Todos tan juntos, y morimos de soledad». Tan juntos y, sin embargo, tan espaciados, tan extendidos, tanto que, aunque hablemos a gritos, no nos oímos. O, sí. Leila Guerreiro me abre los ojos, leo: «Planchar es una tarea de meditación». Planchar, me digo. ¿Y por qué no orar directamente? Y se me hace la luz. Me quedo quieto, con la quietud del que contempla, y pienso, rezo: y así me doy compañía. Acerco el oído a mi interior tan callado, tan habituado al silencio, y escucho, y, como Elías, oigo pasar una brisa de júbilo junto a mí, y descubro que hay Alguien, Diario, que habita mi soledad, que la llena, que la amuebla de esperanza, e intento salvarme en ella (18:04:40).

lunes, 2 de noviembre de 2020

2 de noviembre de 2020. Lunes.
PLENITUD

Luna llena, roja, en el cielo. Murcia. F: FotVi

-Ayer, al anochecer, vi salir la luna llena por el horizonte, roja y amplia, incandescente. «Un inmenso girasol celeste», pensé. La fotografíe y la guardé en mi Libro de las Horas, donde archivo mi alabanza a Dios. Y, agradecido, la recé en vísperas, con los demás salmos y antífonas, como un himno al Creador. Ya San Francisco hacía alabanza a Dios «por la hermana luna y las estrellas […] claras, y preciosas y bellas». «Loado mi Señor», decía: todo exultaba de gozo en sus labios, en sus ojos, llenos de lo invisible, abiertos a la Inmensidad. Leer y amar a Dios, celebrarlo «en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de un amigo, en los ojos de un niño», como nos invitaba a hacer Spinoza. Nunca a Dios nos ha de llevar el miedo, la turbación, el horror. Dios no es sombra, sino Luz esplendente. Como dice San Juan, «Dios es Amor», que ama, que anda dentro de ti, que escucha, que habla, que camina a tu lado. Dios no es el que da miedo, sino el que da Vida. Hoy, día de los Fieles Difuntos, todo nos habla de Esperanza, de Expectación, de un Adviento nuevo. En los silencios de nuestra alma, Diario, todo nos habla de cercanía, de amistad, de abrazo de Padre, de descanso en Dios, de Plenitud (12:42:35)

domingo, 1 de noviembre de 2020

1 de noviembre de 2020. Domingo.
LA FRUTA DE UNA SONRISA

La santidad sencilla, sin altar: Niña india haciendo ladrillos. F: Prensa

-Me santiguo y noto al sol dándome en la mano, para santiguarse conmigo. Nos santiguamos y lo hacemos sobre el mundo, llenándolo de santidad, de felicidad extraña: la felicidad de las bienaventuranzas. Bendecir es llevar a Dios en la mano, repartiéndolo, como el que da un trozo de pan al hambriento o la fruta de una sonrisa al triste. Día de todos los santos: día solemne de sol, de santidad extendida, íntima, urbana: la santidad de la pequeñez, de la coma en un escrito, de la gota de agua que se ofrece al que tiene sed. Es el día de todos los santos en racimo, en gavilla, que alaban y dan gracias a Dios. Son los que vio San Juan en aquella «muchedumbre inmensa, que nadie podría contar»: la santidad que baja del altar a la calle, la subida al andamio, la que, en la noche, limpia la ciudad, la de quien, en un hospital, da la mano al que muere porque no ha podido hacerlo el ser querido que aliviaría su partida. La santidad del que grita, del que reza y espera, del que ama. Es la fiesta en la que celebramos la hermosa y creativa pandemia del amor, la que, en vez de destruirnos, nos recrea, nos hace cosa nueva, y, en un mundo tan brusco y áspero, imagen festiva de Dios. El día de todos los santos nos trae ráfagas de Dios, que dan en lo más sencillo del mundo –la vida del desvalido–, y lo eleva a la categoría de santo, sin altar, quizá, pero junto a la ternura de Dios. El gran altar del Amor. Y es que, Diario, como dice San Agustín: «Aquellos que nos han dejado, no están ausentes, sino invisibles. Tienen sus ojos llenos de gloria, fijos en los nuestros, llenos de lágrimas» (18:06:00).

sábado, 31 de octubre de 2020

31 de octubre de 2020. Sábado.
SOY PALABRA

Caño de la palabra, tocando el cielo. El Prado. Madrid. F: FotVi

-No soy Dios, pero soy palabra, que puede decir «Dios», y, como una golosina divina, saborear su pulpa, su amor más íntimo, su Trinidad prodigiosa. Dios es Trinidad, que, en Él, no hace tres, sino Uno. Dios es Amor, y el Amor nunca pasa de Uno. Es la Vida de Dios. «Tres personas y Un Amado / entre todos Tres había, / y un Amor en todas Ellas / y Un Amante las hacía»: San Juan de la Cruz. Y, como diría Borges, es el Aleph de todo, el Punto de donde parte la perspectiva, la Idea total. Y yo, al ser palabra, soy libro: página en blanco y página escrita, pensamiento y diccionario. Y biblioteca, con polvo y luz pajiza, quizá, y estantería, donde se anotan todos los vocabularios del mundo, que son sabiduría y experiencia, vida que habla y queda guardada en libro, en sus silencios: o el inmenso y clamoroso mundo de la escritura. Todo latiendo, aguadando a que alguien vaya y, leyéndolas, las haga hablar, esas páginas redactadas y vigilantes, que siempre se están dando. Soy palabra que clama –aunque alguna vez lo haga en el desierto–, pero diciendo y amando lo que digo, sin ira, con afecto, y, con el incienso de la ofrenda, Diario, que suele dar de lleno en Dios (13:02:23).

viernes, 30 de octubre de 2020

30 de octubre de 2020. Viernes.
EL TERREMOTO

Biblioteca de Celso, bellas ruinas. Éfeso. Turquía. F: FotVi

-El día me invita a reír, a celebrar la luz, a poner palabras claras y no negras en lo que escribo, a dejar que mi alma grite y diga: «¡Gracias!». Gracias por este día, por el polvo de oro que el sol nos regala, por el silencio de las cosas que oigo. En el árbol, en el vuelo de las aves, en la rosa, en los tejados sin techo y hojas de periódico con que se protege y tapa el pobre, en sus sandalias de pie descalzo, en la moneda que pide y que le echan sin mirarle (o mirándole), en todo lo que no se ve porque quizá nos avergüenza verlo, en todo luce hoy un sol que parece hecho de miel silvestre, de caridad infinita, sin discriminación, global. Pero todo este mundo feliz de Aldous Huxley, lleno de excitación poética, se derrumba cuando miro en mi derredor, y contemplo el caos en el que como larvas en un charco palúdico, insano, nos movemos. Y pongo mis miedos por escrito. Cada vez la pandemia anda más desbocada, sin bridas, sin freno. Y: «No hay nadie al volante» que nos guíe. 17 conductores –con buena voluntad quizá– que conducen un autobús cargado de gente desorientada, y que teme despeñarse por el precipicio. Y no sé con qué quedarme, si con los versos tristes e inquietantes del poeta Pedro Mairal: «Cambio sistema solar / por dos palabras ciertas / que consigan decir toda mi sombra»; o estas otras, de otro poeta, el salmista, y con el que he rezado esta mañana: «En el terremoto, Señor, acuérdate de la misericordia». ¿Tú qué crees, Diario, tú que conoces mis años? Has acertado: elijo la plegaria confiada del salmista. Siempre he creído que es más saludable rezar, esperando a Dios, que, como dice también el salmo, «fiarte de los hombres», aunque se trate de jefes, interesados y extraños, y más, si su boca es un nido de mentiras (12:29:25).

jueves, 29 de octubre de 2020

 29 de octubre de 2020. Jueves.
LLUVIA DE REVÉS

Esperando la lluvia de justicia, del cielo. Murcia. F: FotVi

-Me levanto, miro al cielo y se me escapa una lágrima –¡de alegría!– que asciende y llueve el cielo. «Bendita lluvia del revés»–digo–. Lluvia de acción de gracias. Lluvia desde la tierra que moja a Dios. En su intimidad; en su Amor. La mañana es toda claridad, como un libro abierto. Aunque después de rezar y desayunar y leer la prensa, se me hiela la sonrisa. Leo: «Seis meses de estado de alarma». Me santiguo y digo: «¡Alarma, Estado!» Y esta vez lloro lágrimas de tristeza, y la impotencia me hace bajar los brazos y pedir al cielo que –como dice la Escritura–, «llueva sobre nosotros su Justicia». «Destilad, oh cielos, desde lo alto, y derramen justicia las nubes», clamaba Isaías. Y añade: «Ábrase la tierra y dé fruto la salvación, y brote la justicia con ella». La justicia –que baja del cielo, pero tiene que fructificar en la tierra– es la llave que abre la salvación, ya que es base de todo amor. Y el que ama, hace el Reino. En el Reino, Dios es Amor que atrae todo lo que es amor, y destila la justicia. Sigo leyendo y sigue mi tristeza y mi susto: Sánchez, el de la deriva despótica, socializa el despotismo. «Donde teníamos a un aspirante a autócrata, ahora tendremos a 17»: los presidentes de las comunidades autónomas, dice Jorge Bustos, con la ironía del que conoce la deriva sablista del personaje. Y me digo: «¡Tanta claridad en el cielo, y tanta niebla en la tierra!» Y miro al Cielo, Diario, por ver si se apiada y abre las nubes y nos llueve la Justicia, la de la equidad y libertad,  la de la Verdad (12:12:46).

miércoles, 28 de octubre de 2020

28 de octubre de 2020. Miércoles.
MEDITACIONES

Manantial que corre, en Lagos de Plitvice. Croacia. F: FotVi

-«Qué mezquinos esos enanos que practican la política, y que se creen filósofos», dejó dicho Marco Aurelio –emperador romano y sabio–, en su libro Meditaciones. Había llegado de España. Le llamaban «el último emperador bueno», y fueron cinco, buenos. Que en política, no todo es maléfico; también hay manzanas sanas, sin gusano dentro. Pero, por el contrario, los hay tan pequeños, tan excremento de mosca, que no se ven; o se ven tan poco, que hay que usar el microscopio, el de los átomos y los virus. Son garbanzos que incordian en el zapato. También escribió: «Cuando te levantes por la mañana, piensa en el privilegio de vivir: respirar, pensar, disfrutar, amar». Levantarse, mirar al cielo, y decir: «¡Vivo!», con tono de himno y música de Back. O con la música que uno lleve dentro, que lo que anda por fuera no suele ser, a veces, música celestial, sino ruido de cacerolada. Aspaviento sonoro sin contenido, vacío de melodía. Como música de políticos que casi siempre son engaño, danza macabra: música de propaganda sólo, de aspaviento, sin nervios ni corazón, sin latidos. Música de ostras sin gajo, sin perla. Yo sigo el consejo de Santa Teresa, en Las Moradas: «No hay que menester alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí». Si has cuidado tu interior con mimo, con precisión de relojero, con la pulcritud de un rayo de sol, Diario, encontrarás a Dios y su fiesta de amor y ternura, su maternidad divina, dentro de ti: Dios, manantial que corre y nunca cesa (12:27:36).

martes, 27 de octubre de 2020

 27 de octubre de 2020. Martes.
ALELUYA AZUL

Aleluya azul, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-El día despierta con un aleluya azul en los cielos. Aleluya que pasa a mis ojos; y ríen. Esta mañana quería ser feliz, deseaba no pensar. He mirado al cielo y me he ido por los cerros de Úbeda de allá arriba. Ha pasado una paloma y he deseado irme a volar con ella: le he pedido permiso, pero ella, más realista que yo, me ha dicho: «No puedes». Y se ha ido, con sus vuelos azules, planeando, hasta perderse en la lejanía. Pero del no querer pensar, he vuelto a desear hacerlo, y he dejado volar la imaginación. Con Elliot, ET (el Extraterrestre) y yo, en bicicleta, he escapado de la mediocridad, y he llegado hasta dar alcance a la utopía. Donde no caben ni la mentira ni los eufemismos, ni confinamientos interesados y crudos, crueles. En la isla de la Utopía todo es claridad y bien, cosas que en este mundo real no existen. O existen poco. Me despido de Elliot y ET, bajo de la bicicleta, y me centro en mi mundo: el de cumplir años, el de leer, el de escribir, el de las zozobras y los gozos, el de soñar que toco a Dios, y, cuando parece que lo atrapo, se me escapa. Y: «Felizmente», me digo, porque así sigo buscando, rezando, contemplando mañanas con aleluyas azules; es decir, días felices, aunque solo sea por unos momentos de ensueño, de esplendor, de esperanza inspirada. Aunque solo ocurra alguna vez, Diario... (11:52:42).

lunes, 26 de octubre de 2020

26 de octubre de 2020. Lunes.
LA SEDE DEL VIRUS

Contempla el mundo, asustada. Murcia. F: FotVi

-El covid 19 es el rey que se ha hecho con todos los poderes del mundo, y con sus miedos. Ya no hay angustia, cualquier terror, que no pase por la sede del virus, por su temible despotismo. Temo toda dictadura, pero a esta, más. Es invisible, no habla, no mira, solo actúa, y clava su aguijón sin aviso, muchas veces mortal. Y no podemos gritar, porque todo lamento es inútil, sólo rezar para que no nos toque su maldad, su volcán de muerte. Su saliva hecha de veneno. El coronavirus es un tirano que inspira a otros dictadorzuelos, a aquellos que toman al bicho como excusa para sus desmanes: sus estados de alarma o sus toques de queda. Que llaman eufemísticamente «restricciones nocturnas a la movilidad». Suavizan el lenguaje, lo difuminan, para no herirse ellos. Visten de blanco a un «suave y peludo animal» de enormes orejas, que, por su cadencia y andar, llaman –y es– burro. Dice el salmo 119: «Rescátame de la opresión del hombre, Señor, para que yo pueda guardar tus preceptos». Líbrame del hombre malo, perverso, del que solo con mirar, ensucia el cielo; líbrame del hedor del insolente dictador. Es mi oración, de la que con los ojos en el cielo, y apoyado en Dios, me voy librando de mis pesadillas. Se trata de mi vida, Diario; pero también de mi libertad, el otro don que alienta mi existencia, y me hace digno de ti (12:09:24).

domingo, 25 de octubre de 2020

 25 de octubre de 2020. Domingo.
GOLPES SECOS

Aves en el cielo, paz en la tierra. Murcia. F: FotVi

-Al despertar y abrir los brazos, la serenidad volaba en ellos. Todo era luz, árbol, vuelo de aves: «la naturaleza –me he dicho– ha entrado en mi habitación». Y, como dice el salmo, ha nacido en mi boca «un cántico nuevo a mi Señor». Canto a Dios, porque es quien libera y da paz a mi vida. Pero canto y me lamento a la vez: la pandemia está dando golpes secos en el cuerpo maltrecho de la sociedad. Hoy he oído en la misa: «Ama a tu prójimo como a ti mismo», y he pensado en aquellos que sufren: o por el virus o por otra causa. Ejemplo: por la pobreza; la pobreza de Cristo «cubierto de mendigo»; el Cristo de nuevo crucificado –corona de espinas, clavos, lanzada del costado– en la cruz de la pobreza. También por la soledad, por la que no ve ni oye a nadie cogerle la mano y decirle: «Hola, ¿cómo estás?». Él, que está solo. Cristo solo en su cruz. Me apena que una mañana tan enjabonada, tan pura, se embarre –humanamente– con la falta de una justicia eficaz y hermosamente distributiva. No hay equidad, solo se acapara: no existe el «nosotros», solo hay el «yo», traficante y cruel: el rico Epulón que desprecia al pobre, que –lleno de llagas– sigue al pie de la mesa de su despilfarro. Menos mal, Diario, que Cristo está ahí, haciendo posible un cántico nuevo, coral, evangélico, en el que vuelven a oírse las bienaventuranzas, por las que corre la sangre salvadora de la Cruz, la que bebemos con descuido, a veces, en el cáliz, la nacida en el lagar (18:00:28).

sábado, 24 de octubre de 2020

 24 de octubre de 2020. Sábado.
REINVENTAR LA RISA

La risa de la piedra es azul. Tallin. Estonia. F: J. Giner

-La risa, ese don que apenas valoramos y que, sin embargo, expresa nuestra felicidad, nuestra fibra y robustez interior. Nacemos con llantos y aprendemos a reír, dice un proverbio viejo, arcaico. Nacemos como con la culpa encima, llorando. Parece que en el llanto del nacer se acumularan, se hiciera un resumen, se recapitularan todos los llantos de la existencia. Son llantos desgarradores de niño, que, no obstante, hablan de vida. Vida en la que se va a llorar mucho, y quizá –terrible– en soledad, que es el llanto que más lesiona, que más ahoga. Pero hoy hablo de la risa, la que aprendemos en los tiempos libres y felices; la risa de Navidad o la de fin de año. La risa del cohete y del asombro. Tiempos en los que andamos de sorpresa en sorpresa, de destello en destello, en el que aprendemos a descubrir y valorar las cosas. Las pequeñas y las grandes. Tiempo de perplejidades, de fascinación. A veces me pregunto si ríe Dios, y concluyo diciéndome que sí. Tras la creación, dice la Biblia: «Y Dios vio que todo estaba bien». No lo diría triste, con abatimiento de fracaso. Sino con la euforia del creador, del que ve que su obra es perfecta; luego vendría el hombre a maltratarla. Ahora, con mascarilla, y al quedar apagados los labios, hemos de volver a aprender a reír, no con la boca, con los ojos. Reír con la luz de los ojos, Diario, un bello ejercicio, digno de nuestra capacidad de crear mundos e historias nuevas. O reinventar la risa (18:41:00).

viernes, 23 de octubre de 2020

 23 de octubre de 2020. Viernes.
PAZ EN LOS LABIOS

La Paz en brazos de María: San Salvador de Chora. Estambul. F: Fotvi 

-Abro la mano y, como al prestidigitador, de la mano me salta una paloma, un aleteo de paz. A quien lo desee, le ofrezco esta paz, de balde. Como decía Isaías: «Venid, comprad vino y leche sin dinero, es gratis». La paz llega, si se dejan a un lado las iras, las fobias, las mentiras, y se eleva la mirada por encima de las cosas que destruyen, que matan la hermandad y destruyen el templo de la razón. Me quedo con la luz de la paz en los labios, paladeándola, gustándola. Es hermoso masticar y beber la paz. Saberla en el paladar. Poseerla como la piedra preciosa –el tesoro– por el que uno da la vida. Para luego, como el gorrión, ponerla en el pico de la cría, que grita y se agita en el nido, hasta que, con el cuello estirado, da alcance al bocado que le ofrece la madre. Porque como decía Mahatma Gandhi: «No hay caminos para la paz, la paz es el camino». La paz, o el que lleva en su palabra y en sus obras las paz que anuncia. Jesús dijo: «Mi paz os dejo, mi paz os doy», y se daba él como paz. Como armonía, como acorde bello. Se daba paz, porque habitaba en él, en su interior de llama, donde ardía el amor. En él –Jesús– la paz y el amor se dan la mano, y se hacen luz en su palabra, y en sus obras, Diario: sobre todo en la Cruz, resumen de su vida de ofrenda, donde se da paz, perdonando: «No saben lo que hacen», y entrega su espíritu (12:45:43).

jueves, 22 de octubre de 2020

22 de octubre de 2020. Jueves.
EL QUE AMA

Así pasa la gloria del mundo. Ruinas. Teatro romano. Mileto. Turquía.

-Ceniza en el cielo, ceniza en la tierra, ceniza en la lengua de nuestros políticos. Todo, ceniza, bosque abrasado, devastación. Día de cenizas en el cielo y en el Congreso. Me aterra ver cómo se divierte el Congreso: sus peroratas desiertas, sus aplausos cerrados –a derecha e izquierda, según la bancada–, sus mentiras, alguna verdad, sus arrebatos de culebras en la boca, sus arias envenenadas, sus sueldos intactos, mientras llegamos al millón de contagiados por el virus, y la gente muere sin saber por qué, o sabiéndolo, pero maniatada a la desgracia, a los grilletes que nos imponen. Como en la opereta del mismo nombre de los años 30 del pasado siglo, el Congreso se divierte: con el cinismo del alacrán y la insensatez de la mosca cojonera. Todo se desvanece a su alrededor y ellos siguen con la orquesta encendida, mientras el Titanic –la sociedad, la nuestra, tú, yo– se hunde. Estamos como el que nada sin cesar sin una tabla de salvación a la que agarrarse y sobrevivir. Sin embargo, y a pesar de mi pesimismo, yo he rezado esta mañana. Rezaba esto: «Dios mío […], me refugio a la sombra de tus alas, / mientras pasa la calamidad». No bajo tus alas –demasiado–, sino a su sombra, y sentir ahí el alivio; a la paz de tu sombra. Albert Camus –ateo él, y, sin embargo, sensible a la voz de su conciencia–, dijo de Jesús: «Le amo, porque le mataron por amar». Él –Jesús– es, Diario, mi tabla de salvación, mi guía segura. Porque me amó, le sigo yo amando, y esperando, como el barco de vela espera el viento. Él me sacará de la quietud y la deriva, de la miseria de no avanzar. El amor es el viento favorable que nos eleva, sin obstáculos, hasta Dios, el Amante que más Ama (11:51:50).

miércoles, 21 de octubre de 2020

21 de octubre de 2020. Miércoles.
ESTOY. RESPIRO

Sol triste, pandémico. Desde mi encierro. Murcia. F: FotVi

-Esta mañana, el sol se veía triste, como los ojos de un buey paciendo en el prado. Pero, al poco, se ha tornado vivo e irradiaba felicidad, claridad. Ha calentado la pandemia, ha llenado el día de júbilo. Aunque un júbilo enmascarado. ¿Nos querrá decir el sol que, a pesar de todo, merece la pena vivir, silabear la existencia, celebrarla como una eucaristía festiva y liberadora? La eucaristía siempre es una fiesta en la que Dios habla y se da pan, se acerca a la debilidad, a la pobreza, y ofrece misericordia. Y si te detienes y contemplas, verás que hay un momento en que te mira a los ojos y te anima a seguir, con la esperanza puesta en tocar el más allá. Dios, en la eucaristía, respira con el hombre, actúa en el hombre, está con el hombre. Jorge Guillen, poeta de la luz y del aire, decía: «Soy, más, estoy. Respiro. / Lo profundo es el aire». En la eucaristía lo profundo es Dios, que respira contigo, que está contigo, que canta y reza contigo. Está en tus ojos, en tus manos, en tus pasos, cuando te das por amor. En un artículo sobre Jorge Guillen, Rafael Durán dice: «Respirar es ser compañero del aire y del espacio, es la amistad, el diálogo, la compañía del hombre con las cosas, con el ambiente que le rodea». Qué manera más cabal, más justa, de decir, sin pretenderlo quizá, Diario, lo que es una eucaristía: es amistad, diálogo, compañía, es ambiente propicio a la amistad, a la paz, a la mirada limpia, a la verdad de las palabras, al vuelo de palomas en el corazón, es, en un mundo tan cabizbajo, la redención de la esperanza (11:41:52).

martes, 20 de octubre de 2020

 20 de octubre de 2020. Martes.
FANTASMAS BLANCOS

No hay rebrotes en otoño, solo hojas muertas. El Rin. Alemania. F: FotVi

-Todo huele a desesperanza, a caída, a pandemia, a dragón de película de terror. Todo huele a pasillo de hospital hidroalcoholizado, húmedo, con fantasmas blancos: todo: los árboles, el río, no así las palomas. Ni los gorriones, que bajan, picotean el suelo, y se van libres de todo trauma. Contagio es la palabra más usual y temible estos días. Contagio y rebrote. Los rebrotes son los nuevos tallos del coronavirus, como una primavera de muerte y no de vida. «Está naciendo la muerte y muriendo la vida, en otoño», me digo, con niebla en las ideas, con ruina en el pensamiento. Me lo digo a cada instante, con temblor, salvajemente. Salvo en el Espíritu, así es como habla el mundo y sus guías. Salvo en el Espíritu, donde abunda y brilla la esperanza, el adviento, y en el que se vislumbra un más allá consolador, que toca y cata otra certidumbre. Caminamos tras una Duda, que solo se nos dará a conocer a la hora del tránsito, pero que, entre tanto, aletea, nos llena de profecías que nos alientan, que nos dan la libertad de sentir profundamente que será aquella otra más feliz Realidad. Escribe Octavio Paz, premio Nobel, en su libro Fe en el alma: «Dios existe; y si no existe, debería existir. Existe en cada uno de nosotros, como aspiración, como necesidad, y, también, como último fondo intocable de nuestro ser». Es la Duda que será Certeza, Diario, cuando acabe este mundo de pandemias espirituales y de las otras, tan triste, tan mutilado, pero tan atento a cuando se abra el adviento de la fe; adviento que siempre nos trae una nueva Natividad de Dios, que sucede más acá de las luces de la ciudad; es decir, en el corazón –pesebre y pobre, y que tirita de frío– del mundo, donde falta, entre otras músicas, la sinfonía del Amor (12:33:10).

lunes, 19 de octubre de 2020

19 de octubre de 2020. Lunes.
LIBERTAD NUEVA

La señal de la Cruz, Catedral de Zadar. Croacia. F: FotVi

-Me santiguo y el sol me da en la cruz que hago. Y la difunde, la extiende por los cuatro puntos cardinales: frente, sur, este y oeste. En la frente –norte–, Dios, donde luce la inteligencia, los conocimientos, la inspiración, el soplo; al sur, el mundo, en el que habitan el hombre y las cosas que usa y canta: el agua, los bosques, el aire, el fuego, la vida. Al este y oeste, los amaneceres y los ocasos, donde se nace y se muere, donde se sueña y se descansa, donde –con el descanso– empieza la eternidad. Eternidad que abre la esperanza, como un aletear, azul, de palomas. Santiguarse es santificar el día, ponerlo, sin complejos, en la órbita del bien, de arriba a abajo, y a los lados, donde la vida nace y se construye, y en la que puedes creer –o no– que la cruz redime, que te hace respirar aire no contaminado, libre de partículas infecciosas. Cada vez que hago la cruz, noto que me hace más redimido, más liberado de mí y mis demonios, más parecido a un hijo de Dios, que con libertad, ama. Entonces no odio, pacifico mis creencias, miro con más amor al que creo equivocado, me lastima más la injusticia, ardo más en caridad. Y veo que se hizo realidad lo escrito por San Agustín: «En la cruz, ¿fue Cristo quien murió…, o fue la muerte la que murió en Él?» Y Exulta: «¡Oh, qué muerte…, que mató a la muerte!» En la mañana, Diario, me santiguo, y no oigo al virus, ni al gobierno, ni a sus palmeros, ni doy oídos a la desgracia, miro la bendición que se llueve de la cruz y en ella me instalo, con lucha y fe, y con una libertad nueva, distinta, la que me rescata de cualquier atadura, también de cualquier miedo, de cualquier infierno, por muy mío que sea (12:38:15).

domingo, 18 de octubre de 2020

 18 de octubre de 2020. Domingo.
ALELUYAS PARA DESPUÉS

Amanecer dorado, en Murcia. F: FotVi

-Despierto. Es domingo. «Alegre la mañana», tarareo. Me aliño. Rezo. Como el presentador de una de una gran función –la de la vida–, aparece el sol. Con tintes dorados y naranja, se esparce, glorioso, por el cielo. Cabalga sobre el azul. Ojeo en internet la prensa: malas noticias. No son días de buenos augurios. Los aleluyas los guardamos para después. Cuando vuelva la resurrección de la vida. Un simple virus, el que se instala en una célula y come de ella hasta destruirla, puede con todo. La ciencia especula, trabaja, sin dar con la solución para destruirlo. El microscopio, con el ojo avizor del experto, es, en este campo de batalla, la única máquina que lo puede vencer. Con paciencia: quizá la de Job. Luego he oído (he escuchado) la misa, en la televisión. Y me he unido, en espíritu, a toda la iglesia. El firmamento –me he gozado–, hecho catedral de Dios. La técnica también sirve a Dios, y lo dice, y lo expone, y lo hace rezo, oración. Plegaria que recorre los espacios, rozando estrellas, vistiéndolo todo de la presencia de Dios. Hoy, día del DOMUND, he recordado el lema inspirado por el papa Francisco: «Aquí estoy, Señor, envíame». En mi niñez, en mi juventud, si adulto, si con años: «Aquí estoy, Señor». Me recuerdo de niño, con una hucha de cabeza de negrito y una ranura, pidiendo por las calles de Molina. Para las misiones. Yo, entonces, con la ilusión hecha corazón de niño, volando, haciendo sonar en las huchas, con las monedas, el espíritu atento y alegre de la caridad. Metido yo, Diario, entonces, en mis sueños llenos de milagros, que eran luz, y júbilo inocente, y pestañeo agradecido: «¡Una moneda!», y reía, y corría de aquí para allá, y reía siempre (12:33:23).

sábado, 17 de octubre de 2020

17 de octubre de 2020. Sábado.
PAZ DE TÓRTOLA

Luz y sombras, y lloviendo. Santiago de la Ribera. Murcia. F: FotVi

-Amo la luz, porque me deja ver las sombras. La luz sin sombras sería un mundo sin relieve, un cine mudo sin las hermosas y desternillantes gansadas de Charlot. Como el humo dice dónde hay fuego, las sombras señalan de dónde viene la luz. No es lo mismo oscuridad que sombra: la sombra la crea la luz, la oscuridad, el abismo, el caos, babel. Pero la oscuridad, nos dicen, también es luz; luz que no se ve; luz, que, entre la infinidad de la escala de lo negro, adivinamos. Sin luz no habría pinceles que pintaran las sombras, como Caravaggio o Velázquez. Cuando Dios dijo «Hágase la luz», creó también las sombras, y con éstas, el claroscuro; creó la captura del instante, que detiene y analiza el tiempo; es decir, creó la pintura. La pintura es la caza del momento, para exhibirlo como eterno deleite, como contemplación feliz sin final. Leo El Cristo de Velázquez, de Miguel de Unamuno, y, al tiempo, contemplo la pintura. Unamuno dice, pone la palabra, el cuadro manifiesta, revela, abre expectativas, da color a la palabra. Nos muestra «al Hombre que murió por redimirnos / de la muerte fatídica del hombre», dice Unamuno. Ahí está, el Hombre (mayúscula), la Luz, y el hombre (minúscula), el de las negras «honduras». En el poema Se consumó, continúa el poeta: «”¡Se consumó”! gritaste con rugido […] “¡Se consumó”! ¡Por fin, murió la Muerte!». Amo la vida, Diario, la luz, porque me deja –con paz de tórtola–, ver las sombras, la histeria del tránsito –la muerte–, sin terrores. Y en la que espero hallar –tocar–, la Luz sin ocaso, sin sombras, sin reptiles oscuros ni laberintos: la Luz de Dios (12:10:34).