20 de octubre de 2020. Martes.
FANTASMAS BLANCOS
FANTASMAS BLANCOS
-Todo huele a desesperanza, a caída, a pandemia, a
dragón de película de terror. Todo huele a pasillo de hospital hidroalcoholizado,
húmedo, con fantasmas blancos: todo: los árboles, el río, no así las palomas.
Ni los gorriones, que bajan, picotean el suelo, y se van libres de todo trauma.
Contagio es la palabra más usual y temible estos días. Contagio y rebrote. Los
rebrotes son los nuevos tallos del coronavirus, como una primavera de muerte y
no de vida. «Está naciendo la muerte y muriendo la vida, en otoño», me digo,
con niebla en las ideas, con ruina en el pensamiento. Me lo digo a cada instante,
con temblor, salvajemente. Salvo en el Espíritu, así es como habla el mundo y
sus guías. Salvo en el Espíritu, donde abunda y brilla la esperanza, el
adviento, y en el que se vislumbra un más allá consolador, que toca y cata otra
certidumbre. Caminamos tras una Duda, que solo se nos dará a conocer a la hora
del tránsito, pero que, entre tanto, aletea, nos llena de profecías que nos
alientan, que nos dan la libertad de sentir profundamente que será aquella otra
más feliz Realidad. Escribe Octavio Paz, premio Nobel, en su libro Fe en el alma: «Dios existe; y si no
existe, debería existir. Existe en cada uno de nosotros, como aspiración, como
necesidad, y, también, como último fondo intocable de nuestro ser». Es la Duda
que será Certeza, Diario, cuando acabe este mundo de pandemias espirituales y
de las otras, tan triste, tan mutilado, pero tan atento a cuando se abra el
adviento de la fe; adviento que siempre nos trae una nueva Natividad de Dios,
que sucede más acá de las luces de la ciudad; es decir, en el corazón –pesebre
y pobre, y que tirita de frío– del mundo, donde falta, entre otras músicas, la
sinfonía del Amor (12:33:10).
Si la ciencia medicinal no siega los malvados rebrotes que nos acucian metiéndonos en miedo, ansiedad y desconcierto vital, confiamos en que Dios Pantocrátor nos dará el consuelo que precisamos para luchar, también, contra este maldito virus.
ResponderEliminarLo que dices es cierto, José María: yo espero que el Dios Pantocrátor nos eche una mano y nos conceda la alegría de que los sabios de este mundo hallen el remedio que destruya al maldito virus. De lo contrario, veo mal el hecho de nuestra existencia. Pero sigo esperando, como esperaban los profetas, sin desfallecer.
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