9 de noviembre de 2020. Lunes.
CANSANCIO
CANSANCIO
-La
palabra que me viene a la boca, tras tanto tiempo detrás de la puerta del
miedo, de sus candados, de sus jaulas, es la de cansancio. Se nos agotan las
energías para el aplauso, para la sonrisa. ¿Recuerdan aquellos primeros tiempos
de la pandemia? A las 8 de la tarde se aplaudía a los sanitarios –héroes silenciosos
en los hospitales blancos, hidroalcoholizados–, o a las fuerzas del ejército, o a
quienes, subidos a un balcón y acompañados de su guitarra, cantaban endechas que
daban en las estrellas y las encendían más, como bengalas liberadoras en un mar
tenebroso. Asomados a las ventanas, todo era fiesta, todo se hacía fiesta,
encuentro, júbilo para los sueños. La alegría se ponía a la altura de nuestra
esperanza; esperanza que era fe, fe revestida de expectación, de certidumbres
en un mundo, por venir, mejor, y más luminosamente humano. Cansancio es la
palabra, como un martillear de dolor en mi cabeza. Sin embargo, leo en Laudes un
poema bellísimo –El templo vacío– de
Leopoldo Panero, que me despierta del cansancio y me mete en la vida, en la
luminaria de la ilusión. Pone la luz de la sonrisa en mi boca y la abre para
que ilumine e irradie palomas. Con versos como estos: «No sé de donde brota la
tristeza que tengo […] Lo mejor de mi vida es el dolor…» Y finaliza: «Como el
último rezo de un niño que se duerme / y, con la voz nublada de sueño y de
pureza, / se vuelve hacia el silencio, yo quisiera volverme / hacia Ti, y en
tus manos desmayar mi cabeza». Al final, ante el cansancio de la vida, Diario,
«desmayar mi cabeza», en Dios (12:06:25).