8 de noviembre de 2020. Domingo.
ABRO LOS BRAZOS
ABRO LOS BRAZOS
-Hoy,
día del Señor, primero inclino la cabeza y luego abro los brazos, de los que saltan y vuelan las palomas de la alabanza, sus
lumbres, su tierra soleada. Palomas de bendición y hosanna, palabras libres. Como
la velilla, cuya llama silabea el aire, lo lame, se eleva, mientras el
candelabro queda enhiesto abajo, sosteniendo su resplandor, su aclamación
fogosa. Los brazos en ascensión, en vuelo, siempre; los pies en la tierra, como un pilar, siempre.
Los ojos y las palabras, en el cielo, con algún apagón, o con algún traspié. Pero
tratando de que remonte su vuelo el espíritu, como una nube, como un
pensamiento, con la fe como cohete propulsor. Quizá algún día, como diría San
Juan de la Cruz, le dé a la Caza alcance. Y como dice el libro de la Sabiduría
(escuchado hoy en la Santa Misa): «Radiante y lozana es la sabiduría, /
fácilmente la ven los que la aman / y la encuentran los que la buscan». Ver la
sabiduría es encontrarte con lo más pequeño, lo más débil, con una coma en la
escritura, con un descartado de la sociedad, un leproso, e inclinar tu ternura
ante él, amándolo. Como hacía Jesús: sin ascos, sin miedo al contagio, pasando
del qué dirán las lenguas de los celosos. Jesús tocaba el anatema y lo salvaba.
Curó su vergüenza a Magdalena, y al ladrón, en la cruz, su avaricia. No volveré
a pecar más, le dijeron. Y es que la sabiduría «se anticipa a darse a conocer a
los que la buscan». El que la busca, antes o después, le da alcance, la atrapa,
la bebe como trago consolador. «Quien temprano la busca, no se fatigará, / pues a su puerta la hallará sentada». Así, Diario,
sentada a tu puerta, sale generosa a tu encuentro, haciéndose pensamiento tuyo,
dando luz a tu conciencia, haciendo un nido en tu corazón, donde la sabiduría renace sin
cesar (12:42:48).
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