10 de diciembre de 2020. Jueves.
LA SONRISA DE DIOS
LA SONRISA DE DIOS
-Y martirizaron a la Inocencia. Fue en Mérida,
ciudad augusta. Un 10 de diciembre del año de 302, cuando la Ciudad de Roma y
los emperadores se decían dioses: dioses de barro y greda, de mármol y soberbia,
de arcilla revestida de terror y látigo. Una niña, Eulalia, 12 años, hija de un
senador romano, padeció martirio por no querer adorar a los ídolos paganos. Fue
en tiempos de Diocleciano y el gobernador Daciano. Éste le propuso: «Si le
ofreces este pan a los dioses, y les quemas este incienso, te verás libre de
los sufrimientos que otros han padecido». Y Eulalia, niña, con la inocencia
iluminando sus ojos y sus palabras –el Espíritu en su boca–, le contestó: «Solo al Dios de los cielos adoro; a
Él solo ofreceré sacrificios y quemaré incienso. A nadie más». Y cuenta
Prudencio, poeta, que, tras los azotes, el fuego la envolvió por completo, y «la
Virgen –dice– torció suavemente el cuello e inclinándose hacia la llamarada la
sorbió con su boca, de la que voló una paloma». Leyenda o realidad: es
bellísima. Era –es– la lucha de la Inocencia contra la crueldad, contra la perversión,
contra el arbitrismo. Pero la Inocencia sabia, la que nace de la sinceridad y
la franqueza, vence al despotismo y al chasquido del látigo. A cualquier tortura. Eulalia
y sus palabras se hacen luz, claridad en la boca de una niña, libertad de
horizontes, mientras el emperador romano, en todo caso, y con el tiempo, se torna
hallazgo arqueológico, mármol derribado y extraído de los escombros de la
ciudad que él arruinó y expuesto en un museo. Sólo la Inocencia –limpieza de corazón,
según Jesús de Nazaret– verá a Dios, y con sonrisa de Dios. Ya lo dijo Fellini, director de cine, Diario: «Si ves con ojos inocentes, todo es divino»
(12:35:05).