viernes, 4 de diciembre de 2020

4 de diciembre de 2020. Viernes.
LA MIEL DE LA ABEJA

 Esperando a la abeja, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Contemplo la Naturaleza, su diversidad alargada y ancha, expansiva, frutal; observo la emoción de sus formas y colores, de su luz y sus sombras, sus vibraciones; miro su movimientos continuos, infinitos, donde se entrecruzan estrellas y galaxias, lejanías; oigo el lenguaje que habla en las cosas –la flor, el oleaje del mar, los abismos del universo… –, me pasmo por la grandeza de sus iras y la paciencia de su amor, y doy gracias a Dios por haberme dado la capacidad de sentirla y gozarla, de seducirme, de permitir que saboree su grandeza, que la cate con gusto, como un regalo de abeja. «Loado mi Señor»: que diría San Francisco. (La miel de la abeja, o el regalo de la gratitud). La Naturaleza es el origen, el primer destello de todo lo que amo o he amado: la familia, el más elevado y cercano acontecimiento, que, con la vida, Dios me ha podido dar. «Loado mi Señor», sigo alabando. Ahora recuerdo la voz de mi madre, con sus 95 años, diciéndome –esto también es naturaleza, sentimiento, belleza–: «No quiero morirme». Y, tras una breve pausa, añadía: «Para no dejarte solo». Es el milagro de su voz lo que más recuerdo, declarándome su amor, su ternura encendida. Ella, Diario –evangelio en vida, que se daba–, me enseñó a decir «Dios» y «amor», y ahí sigo, intentando grabarlo en mi corazón y en mis manos, para escribirlo, y darlo (12:01:12).

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