28 de noviembre de 2020. Sábado.
PINTURAS MAESTRAS
PINTURAS MAESTRAS
-Ayer, lluvia y hoy,
sol, o el pincel y los colores que pintan la vida en la tierra: el gran lienzo
de la creación. El sol es la costumbre; la lluvia, la sorpresa; pero ambos,
imprescindibles para que se sucedan, como en una carrera de postas, las
estaciones del año. El sol, manchurrón rojo del verano, arde; la lluvia, la
acuarela del invierno, purifica lo íntimo, lo esencial, dejándolo apenas
insinuado. El sol es la exposición de la belleza, la plenitud del colorido; el
invierno, la clausura que reza y esconde el esplendor del verano en la recato
de su intimidad. El otoño es la estela del verano, todo es ocaso, aunque
bellísimo; la primavera es el estallido del invierno, de lo nacido sin ruido de
la humildad y discreción de la tierra: la creatividad. Con el sol y la lluvia,
Dios pinta las estaciones del año de colores precisos, exactos, y hace pinturas
maestras cada día, pinturas que alegran e introducen la fiesta en los sentidos.
En los amaneceres y en los crepúsculos, Dios contrasta la belleza, vistiéndola
de ropajes distintos; la viste o de alas de mariposa o de manchas de leopardo, todo
perfectamente inimitable, y fugaz. Dios, que es eterno, solo pinta para los que
viven, como diría la poeta Raquel Lanseros, Diario, en la admiración de la «orfebrería
del instante», de la exaltación del destello, del espacio sin tiempo en el que
vive Dios, y que solo es perceptible –puesto que es invisible, como la gracia o
el amor, o los mismos silencios– por el espíritu, que es el que ve en el Misterio
(12:36:54).
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