5 de diciembre de 2020. Sábado.
ACORDE FINAL
ACORDE FINAL
-Sale el sol, espléndido, como un acorde final de
una gran sinfonía, la sinfonía de la luz y de la vida, de la resurrección más
íntima y espiritual, mística. Este mañana todo es resurrección, melodía, arpas
en el cielo. Como diría Leila Guerreiro, escritora argentina: con el sol, «el
paisaje se hace puro horizonte, o puro río. Algo limpio y tajante». Tan
tajante, que corta la tristeza y trozo a trozo la va convirtiendo en música orquestada,
en palomas altas de esperanza. Me santiguo y lo hago con el sol, que se derrama
por entre los dedos y llena el día, despejando el tedio, moviendo voluntades. De
este modo tan sencillo –una cruz que abarca desde la cabeza al pecho y de ahí a
los hombros–, me lleno de bendición. Y Dios, mientras, abriéndose paso por la
estela de este signo. Santificando todo lo que toca. Me santica a mí y a las
cosas que miro –el libro, el árbol, el mirlo, el ocaso, el pomo de la puerta,
la ventana que abro…– y las cosas que ando: un paso tras otro, la tierra que
piso, el dolorcillo aquí o allí, respirar con mascarilla, pasos cortos o
largos, parece que me ahogo, pero sigo, me repongo, aspiro don, mastico gracia
–Dios me ayuda–, hasta que camino mis dos kilómetros y paro. Me detengo, miro
al cielo y concluyo: mi vida pende de un hilo: del hilo de Dios. Y me renace el
gozo, porque veo con Luis Rosales «la estatura de una gota de agua», y «porque
soy un niño que despierta en un túnel», y cae en la cuenta, Diario, que «jamás
ha sentido la plenitud que estoy sintiendo en este instante». La plenitud: el todo
de Dios, en mí (12:59:19).
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