22 de noviembre de 2020. Domingo.
PAZ INTERIOR
PAZ INTERIOR
-El grupo de los ancianos –Casa Sacerdotal– hemos celebrado
hoy, por fin, una misa presencial, como un regalo de Dios que aún nos permite
hacer estas cosas hermosas, y tan útiles para el alma. Pero también para el
cuerpo: nos libera de nuestros demonios más o menos feroces, destructivos, los
que arden y nos queman en el quehacer de cada día. Ejemplo: el demonio de la
soledad, la otra pandemia enclaustrada dentro de nuestros miedos, de nuestra
debilidad entre rejas. Hay demasiados demonios en este jardín del Edén de
nuestro interior: el demonio de la duda, el la inseguridad, el que mueve –con amenaza
de derribo– las columnas del templo de nuestra vida, y hasta está el demonio híbrido:
el que lo mismo te aconseja que hagas esto y lo contrario, y que, con sonrisa de pícaro, aletea a tu alrededor con lisonjas y contrariedades, que, a la postre, son sólo humo
de incensario. Todo a la vez. Como dice Leila Guerreiro, escritora: «En un
mundo que parpadea sin ganas», la ilusión parece una vela que no alumbra, y que,
en vez de luz, irradia sombras, hartazgo, tedio. Con todo, hoy ha venido la
celebración de los mayores –¿en saber y en gobierno?– a reconfortarnos, a
encender una luz, aunque sea de luciérnaga, en la oscuridad, a hacer que la
compañía entre hermanos se haga comunión, fiesta, acción de gracias, eucaristía
que reconforta, y realizar así, como dice San Pablo, «el crecimiento del cuerpo
– de la iglesia– en la verdad y el amor». Dios revive así, Diario, lo que la pandemia y
su corte de voceros tratan de matar, de asolar, sin conseguirlo; es decir, nuestra paz
interior, que es el descanso confiado en Dios, el Rey que solo ha venido a servir (18:13:17).
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