12 de febrero de 2021. Viernes.
¡GRACIAS!
¡GRACIAS!
-Abro los ojos a la luz del nuevo día y me viene a los labios una
palabra: «¡Gracias!» Ocurre cada mañana, como si un río de claridad se
deslizara por el vocablo, y, tras dar en los dientes, se hiciera realidad fuera
de mí. ¡Eclosión! «Gracias», digo, no solo por el hecho de vivir, sino por
vivir con conciencia de que vivo. No solo estoy, sino que soy, y lo sé. La
paloma vuela, el sol alumbra, la ola brama, están, pero les falta el
comprender, el sentir que son. Ah, si el árbol pudiera apreciar que es árbol, y
la rosa, maravilla, y el silencio, lugar de contemplación. El acorde lo hace el
ser humano, lo demás son los distintos instrumentos de la orquesta, el dibujo
abigarrado de las notas –enjambre de manchas– en la partitura. Cada mañana doy
gracias, me siento agradecido y lo digo, y, al decirlo, soy consciente de que estoy
poniendo mi corazón, sus recuerdos, el clamor de sus venas, en la palabra. Pero
enseguida caigo que hay sufrimiento en el mundo. Y con la palabra «gracias» aún
en la boca, añado otras: «Señor, alivia tanto dolor». Y digo, en Laudes, con
Alfonso Junto, poeta mexicano: «Así: te necesito / de carne y hueso […] Así,
sufriente, corporal, amigo, / ¡cómo te entiendo!» Y veo que dar gracias es un
don, lo mismo que extender la vista y ver el sufrimiento del mundo. El mundo y
su dolor también están dentro de mí. Como una abeja y el zumbido de sus alas. Leo: «Alguien se queja de que las rosas tengan
espinas, yo estoy agradecido de que las espinas tengan rosas». Y doy gracias,
Diario, por entender esto y poder continuar bendiciendo, como una página en
blanco abierta a un buen relato, el de la vida, que se me dice, al despertar, cada día (11:46:02).
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