29 de abril de 2014. Martes.
TODO ES
PALABRA
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Candelabro de sol, en el jardín. F: FotVi |
-Diario del ermitaño: lo de hace 15 días: poner la lavadora, lavar la
ropa y tenderla a secar. El sol hoy es propicio, y da la sensación de ser un
peregrino iluminando el color y dándole sombra, corporeidad, a las cosas. El
sol es la creencia en la que estamos, sin preguntarnos por qué aparece y se va,
y ni por qué nos ofrece cada día su dulce mano de luz, acariciando el tiempo,
las cosas, el espacio, nuestros ojos… Sin sol, ningún cuento, ni vida, ni sueño,
existirían, y, sin embargo, lo vemos, como si tal cosa, pasar. Como no se puede
mirar, decimos. Y lo dejamos ir, sin más. Sólo una vez, en Petra, vi a un niño,
que vendía piedrecitas de colores de las que se dan por allí, taparse con un
brazo los ojos y, como a escondidas, desde debajo del brazo, mirar al sol y
saludarlo. Le pregunté: ¿Qué haces? Digo adiós al sol, para que no se vaya para
siempre, y vuelva. Era el atardecer y una mosca le mordía el moco en la nariz. Y
¿por qué me emociono?, me dije. Miré al niño, le di una moneda, y en el niño vi
toda la sabiduría del mundo. Tender la ropa, para mí, es otro modo de hacer
arte; la cuelgo con una cierta estética: lo oscuro, a la derecha; lo blanco, a
la izquierda, y un cierto orden en las pinzas que, como si las suspendieran de
los hombros, cogen las prendas a la cuerda. Cinco pinzas de madera (con color
madera) y una, roja, de plástico; otras cinco de madera (también con color
madera) y una, verde, de plástico; y la última, de madera, libre…, al hilo de
la cuerda. El viento y los pájaros también son libres, y el hervir de los
poemas. La libertad es el único valor que siempre puede con cualquier poder
establecido, aunque sea inquisidor. Desde mi lugar de trabajo, mi pequeño
cobijo o habitación, donde está todo, y todo cabe, también la cama y los
libros, y los relatos y los poemas, y el silencio, y tras los barrotes de la
ventana, veo el suave oscilar de la ropa tendida, y me digo que qué bien cuelga
la limpieza; y saludo al sol, sin mirarlo, porque ciega, para que vuelva; como
aquel niño, que miraba al sol escondiendo los ojos bajo el brazo, y no
espantaba las moscas. Y me regocijo en leer a Elena Poniatowska, desconocida para
mí hasta que Cervantes la sacó de su escondite literario allá en México. Y me
regocijo por su gozo en las palabras. «¿Cómo iba yo a transitar de la palabra
París a la palabra Parangaricutirimicuaro?», dice. ¡Las palabras! Transitar,
París, Parangaricutirimicuaro, y todas dicen mundos. Por eso me digo que es verdad
y belleza la petición de Séneca: «Háblame para que yo te vea». Y es que,
Diario, todo es palabra, hasta el silencio, que suele decirse a sí mismo, callando
(19:46:22).