10 de septiembre de 2019. Martes.
ANTES
DE EXTINGUIRME
Belleza de lo antiguo, en Priene. Turquía. F: FotVi |
-Veo que se me apaga la
luz, como a una lámpara que le faltara el aceite. Esta lámpara cada vez
parpadea más, antes de extinguirse. La luz, ese don. La luz que te hace ver y te
hace sentir. La luz de los ojos y la del espíritu. En la de los ojos están el
paisaje, la claridad, en la que arden el pájaro y la flor, y la bóveda celeste,
con su belleza estrellada. En la del espíritu, donde alumbra la fe, se percibe
a Dios, y en ella ruedan el bien y el mal, que te hacen ser limpio o sucio. El
bien te acerca al Bien y el mal al Malhechor. El bien te da alas para vivir; el
mal te reduce a un simple muñeco de feria: no haces lo que quieres, sino lo que
te impone su maldad. Nietzsche, en el aforismo 146 de su libro Más allá del bien y del mal, dice:
«Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti». El
abismo en este caso simboliza la atracción que la persona humana siente por el
mal, ya que en el mal está enraizada. Pero, en este casi final de mi vida, mi
lucha consiste en dejar de mirar, olvidar el abismo y llenarme los ojos de
claridad. La luz abre horizontes, la oscuridad los cierra. Pues es verdad que en
los ojos del anciano, brilla la luz. (Víctor Hugo). Por lo menos la luz de la
experiencia, donde no cabe el engaño. Soy viejo, Diario, y a un paso de
desprenderme como fruta madura del árbol de la vida, pero esa luz que aún me
queda, la aprovecharé para dejar de mirar al abismo y centrarme en esa claridad
del espíritu, donde dicen que se oyen, como una suave brisa, los silencios de Dios
(18:23:41).