24 de mayo de 2022. Martes.
EL RELOJ
EL RELOJ
Plaza florida y con reloj, Freiburgo. Alemania. |
-Cuando no tengo nada que hacer, siempre hago algo, para vencer así
cualquier asomo de desidia. La desidia nos hace flojos, y favorece la arritmia
cardíaca y hasta la parada irremediable del órgano principal del sistema
circulatorio. Y es que el corazón es igual a aquellos relojes que sólo andaban
si se les movía. Como el primer reloj que me regaló mi padre, a los veintidós
años. No antes. La albañilería no daba para más. Había recibido la tonsura que
precedía a los órdenes menores, y el reloj fue el premio. Un Festina. En la
primera comunión apenas hubo para un bollo y una taza de chocolate. La tonsura
la confería el Obispo cortando un poco de pelo, ondulado entonces y de un negro
brillante. En ese pelo tan cuidado, el Obispo metía la tijera con auténtica
delectación. Luego, una vez tonsurado, el barbero remediaba el trasquilón del
tijeretazo del Obispo y te hacía la coronilla. Y como advierte Covarrubias, la
tonsura era la señal de que uno estaba dedicado a la Iglesia. Él mismo describe
cómo se hacía: «El Obispo les corta los cabellos de la cabeza, con cinco tixeradas, y la quinta es en medio.» Y
tenía una significación mística: «previniéndole ha de apartar de sí
todas las cosas superfluas y vanas.» Era un poco, coronarte –gozosamente- de
espinas. Mi primer reloj me duró veinte años: hasta que no pudo más y se paró.
Creo que lo guardo en algún sitio. Recuerdo que, húmedos los ojos, me lo colocó
mi padre en la muñeca y mi madre puso su mano encima y me besó. Si un día lo
encuentro, Diario, te lo enseñaré, me trae muy bellas evocaciones (11:26:32).