VENÍA DEL PECADO
Un rayo de luz, de esperanza, desde el cielo. Casa Sacerdotal. Murcia. |
-San Agustín, en sus palabras, se hace inmenso, como un luminoso y deslumbrante amanecer. San Agustín, que venía del pecado, con la gracia de Dios y unas lágrimas se hace claridad en el mundo. Dios se aparece en su boca. Dice: «Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas, ayudándote para que puedas». De salida no te tortura con que hagas cosas imposibles, más allá de tus fuerzas: te pide hacer –si quieres– cosas sencillas, como olvidar la ira y dejar, por ejempló, que una abeja que liba néctar te enternezca el corazón; y si miras el mundo y ves las guerras y las injusticias que lo asolan, y te sientes impotente ante tanta desolación, pide a Dios ver la otra cara del mismo, donde se dan la mano la paz y la solidaridad, la fe y el amor, y si no puedes, sigue pidiendo, como el ciego del evangelio: «¡Poder ver, Señor!»; Dios siempre ayuda. Dice Soren Kierkegaard, el filósofo danés: «Dios crea de la nada. Maravilloso dices. Y así es, sin duda, pero él hace lo que es todavía más maravilloso: él, de los pecadores, hace santos.» San Agustín es el feliz resultado de la lucha entre el mal y la gracia: las lágrimas de una madre y la gracia de Dios vencieron al mal; una bella melodía surgió de ese caos de notas sueltas que era Agustín; Dios y unas lágrimas, Diario, consiguieron el perfecto acorde, el de la santidad (12:18:53).