31 de agosto de 2022. Miércoles.
HORNO DE FUEGO
HORNO DE FUEGO
-Al alba, ha lloviznado, ha sido como asperjar, rociar el día con un
hisopo, y tratar de calmar así las calorías extremas del día de ayer. Lloviznar
es llover, pero con cuentagotas; la llovizna no moja, salpica solo. Y, como el
rocío, no hace ruido, se posa y alivia la sed del árbol y enternece el barro, que
en manos de un hábil artesano puede llegar a ser una crátera de campana griega,
obra de arte, o un ladrillo, o nada: simplemente barro. Con esta llovizna, agosto
pretende disimular que ha sido un mes horrible, tórrido; un Hefesto –dios
griego del fuego–, que ha actuado sin piedad. Ayer tarde fue como estar metidos
en un horno de fuego, sin más salida que el aire acondicionado. «¿Y el pobre,
qué?», me preguntaba. Este verano ha quemado bosques, pobrezas, hasta
conciencias; y sin piedad. Y ahora se va como si nada, o eso pretende; aunque advirtiendo
que, cuidado con septiembre, en el que se anuncian subidas de precios, desde la
luz al sorbo de cerveza, desde el colegio del niño al pedazo de pan que come el
pobre; es decir, unas subidas que engordan fortunas y adelgazan pobrezas, pues
«perjudican a quien menos tiene». Sin embargo, Dios está en el mundo, y creo en
sus palabras, cuando dijo: «Bienaventurados los pobres», y «ay de vosotros los
ricos»; solo espero que esta felicidad que profetiza Jesús para el pobre sea también para esta
vida, y no solo, Diario, y en exclusiva, para la otra; es en lo que confío, y
espero (12:44:11).
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