10 de febrero de 2021. Miércoles.
TEATRO DE TÍTERES
TEATRO DE TÍTERES
-De niño, y en las fiestas de Molina, me gustaba ver el teatro de títeres: guiñol, cristobitas. (En murciano, «cristobicas»). Nos sentábamos sobre las
piernas cruzadas, en el suelo, y, absortos, contemplábamos el ir y venir de
aquellos muñecos que hablaban y reían, y se daban de palos, enfadados. El viejo
daba a la bruja, la bruja al guardia, y éste salía corriendo, dejándose la
gorra, como el que pierde el alma en el camino. Recuerdo los ojos redondos y
grandes de los niños que se sentaban junto a mí. Y las risas, nerviosas, y las manos en la boca. Hasta el siguiente cuadro. Y, rememorando este vivir
hermoso de niño en fiesta, he pensado en lo que ahora mismo, siglo 21, sucede
en el gobierno (desgobierno Frankenstein) de España. Son como el viejo y la
bruja, y el guardia que sale corriendo, llevando el miedo colgándole del
faldón. Oigo a comentaristas y tertulianos decir que Sánchez e Iglesias (Pedro
y Pablo, Picapiedras), cualquier día rompen. Como no sea huevos en la sartén. Yo,
como en el teatro de títeres, me río. Si rompen, se descose Frankenstein, se
fragmenta, y, cada trozo de carne del monstruo, concebido para exhibir poder y
fantasmagoría, quedaría a la intemperie, y, con el tiempo, habría olor. ¿Dónde
quedarían el Falcon 900B, y el casoplón de Galapagar, y los pingües sueldos, y
la “costumbre” –señora ministra– de Pablo, y los bien pagados botafumeiros que
aplauden, echándoles humo las manos? Es una telaraña inmensa, grande, de
intereses creados, que haya vendaval, nieve, o diluvie, ahí seguirán,
impávidos, solemnes, mientras duren los votos que los han subido al pódium de
tamaña legalidad obscena. Yo, Diario, rezo, no para que caiga el gobierno, que
no me escucharía Dios, sino para que sean confundidos los falsarios. Decía
Shakespeare: «¡Ah, qué hermosa apariencia tiene la falsedad»; y, viéndome yo niño, en Molina, río, como si aún estuviera en el circo feliz y alegre de los muñecos, solo que
siempre hay alguien que viene y tapándome la risa, me dice: «Nada de lo que ves
es verdad», y me vuelvo a casa cabizbajo y triste, como un gato mojado, y con
una ilusión –la democracia–, calada (12:39:14).