29 de enero de 2021. Viernes.
ME ASUSTÉ
ME ASUSTÉ
-Ayer por la tarde, de pronto, se me trastrabilló la visión. Cerraba y
abría los ojos nerviosamente, como quien bracea en el agua ahogándose. Veía las
cosas dos o tres veces repetidas, amontonadas, hacinadas, como en una especie
de mareo veleidoso, antojadizo. Y como era mi deber: me asusté. Dejé el
ordenador y me puse en pie, y, agarrándome a cualquier cosa: a la pared, a un
libro que cayó al suelo, a una silla, al marco de la ventana, salí al balcón y
miré, y, tras el susto, todo acabó. Me volvió la visión correcta, como un
milagro de bellas sensaciones; vi las cosas diversificadas, una a una, como las
letras de un escrito que narran y dicen lo que soñó su autor; letras que,
unidas, dicen paz, y silencio, y Dios, y sorpresa; y lloré un instante, pero
riendo. A veces, el llanto explosiona en risa, como el fuego del volcán en
belleza. Llorar al tiempo que ríes, es lo más hermoso que le puede ocurrir a un
vidente de visiones. A un soñador de sueños. Y fue entonces, como el acento en
la é de soñé, cuando me di cuenta del prodigio de la visión. Prodigio, que, a
veces, por normal, por ser portento de cada instante, pasa desapercibido, como
el del tacto, o el de dar pasos, y el de poder decir palabras, o el de las
pulsaciones del corazón, que solo sientes cuando reclinas la cabeza en la almohada
y te dispones a dormir: el tic tac de tu reloj interior que te mantiene con
vida. Quizá fue Dios quien me hizo ver lo que no veía; que la vida, desde que
naces hasta que te vas, Diario, es una serie ininterrumpida de pequeños y
frágiles prodigios, en los que la maravilla siempre relampaguea frente a la
cotidianidad, o a la hermosa rutina de vivir: al rapto que es el soñar (11:36:29).
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