lunes, 28 de septiembre de 2020

28 de septiembre de 2020. Lunes.
TELE-VISIONES

Oyendo los silencios de Dios, tras los ojos cerrados. F: Alfa y Omega

-El sol, tibio –apenas quema–, asoma por el horizonte glorioso y encendido, como una llama sin fuego, como si solo viniera a animar el paisaje y a invitar a las palomas al vuelo. Y vuelan las palomas. Se oyen las máquinas de la limpieza y el silencio que van dejando tras sí las escobas de los limpias, los olvidados, aunque siempre estén presentes en la luz y esplendor de la ciudad. En su nitidez. El coronavirus, cada mañana, como el sol, hace su recorrido –angustioso y triste–, por radios y teles. (Visiones. Tele-visiones). Esta carcoma de la vida anda de boca en boca, como una estrella de rock con guitarra desgarradora y cínica: rompiendo oídos y acelerando miedos. Sin embargo, el silencio de la oración no se oye. Queda en los ojos que se elevan o en las manos que se juntan, mientras se doblan las rodillas. Según el medio de comunicación que elijas, así cantará el gallo: o con el Régimen o con la Libertad. Las diatribas no siempre van en la misma dirección: dan en el azul o en el rojo, aunque las haya leales a la verdad, sin ataduras ideológicas o de peculio. La libertad no se vende ni se compra. La indignidad, sí. Esta mañana, Diario, cerré la tele y abrí El Libro de las Horas, para rezar y beber en su Sabiduría, y, de pasada, darme con Dios y tratar de entreabrir un poco sus silencios, y ver si en su Cruz se percibe –aunque sea de lejos– nuestra cruz (18:26:11).

domingo, 27 de septiembre de 2020

27 de septiembre de 2020. Domingo.
CLARIDAD

Emigrantes a Egipto, Jesús, María y José. F. Googel

-Hoy domingo –sin olvidar las cosas de este mundo, cosas que toco y lloro, y por las que a veces rio– me centro en Dios, que está en los cielos y que nació en Belén. El Cielo, del que venía, lo llamó Emmanuel (profecía de Isaías), y la tierra: «Dios-con-nosotros». Y no es que Dios, en un viaje alucinante de ida y vuelta por las estrellas, vaya y venga según le plazca, sino que, sin tener que irse ni volver, siempre está aquí y allí, como un Sol bondadoso de justicia, que, aunque se oculte en el ocaso, continuamente anda iluminando y dando calor, desde su órbita celeste, a todo lo creado: átomo u hombre, galaxia o luciérnaga. Lo anunció Malaquías: «Mas a vosotros, los que amáis mi nombre, os nacerá el Sol de justicia; y, en sus alas, traerá la salvación». Hoy, Jornada Mundial del Migrante. Día del que, como la uña de la carne, se desgarra de su tierra, de su casa, el que emigra y sale en busca de pan, de paz, de libertad, de aires nuevos en los que poder respirar y soñar. ¡Qué hermoso es, para el que emigra, poder silabear pan, paz, libertad! Dios también fue migrante: del cielo a la tierra, y, ya en la tierra, de Belén a Egipto, y, luego, vuelta a Belén, donde se hace maestro en carpintería y en dialogar con su Padre. Y, al fin, luego de la muerte en cruz –la más terrible emigración: bajó a los infiernos– y su resurrección, de nuevo al cielo, sin irse de la tierra, quedando en su Palabra, que es verdad y vida. Palabra en los que muchos habitamos. Y por la que podemos existir y deletrear amor, libertad, alegría, sin dejar de caminar, Diario, y sin que se marchite la esperanza en la vida futura: o vivir en la claridad de Dios (13:12:00).

sábado, 26 de septiembre de 2020

26 de septiembre de 2020. Sábado,
LOS QUE VIENEN DETRÁS

Todo queda en ruina, si no hay paz. Cesarea Marítima. Israel. F: FotVi

-Rezo para que, entre todas las palabras, pueda decir, sin trabarme, amor: sin que la lengua se me haga un trapo, un lío. Y que en vez de amor, pueda decir ira, o arco con flechas, o simplemente desafecto. O la más terrible: guerra. Tengo miedo por la guerra que empieza a perfilarse en este país de conflictos. En las guerras, primero se incendian las palabras, y, luego, los arcabuces que maneja el odio. «¡Señor, que pueda decir amor». Es la petición, que cada día –y como el «Señor, ten piedad» de las letanías– más me acude a los labios. Como al pájaro el canto o al silencio sus ruidos interiores. Es mi despertar y mi sueño, mi invocación de andar por casa. Tengo miedo, no por mí, que estoy tocando ya el ocaso, tan bello –mirad cómo caen las hojas de mi árbol–, sino por los que vienen detrás –Candela, los niños de su cole, los demás niños de esta tierra, tan llena de coces y trincheras, y en la que alguna vez se hizo la Paz y se vivió en ella, progresando, felices–, que recogerán, como fruto yermo, lo que nuestras arbitrariedades y torpezas les dejen. Niños de este país, tan hermoso en paisajes y vidas nobles, rezo por vosotros, para que no caiga sobre vuestras cabezas la maldición de Caín: la de la lucha entre hermanos: el desplome del cielo sobre la tierra. Que no se pueda decir, Diario, aquello de Jardiel Poncela, dramaturgo: «El que no se atreve a ser inteligente, se hace político», matando así todo atisbo de sabiduría, de sentido común, de altura de miras. «¡Señor, que pueda decir amor» (12:07:01).

viernes, 25 de septiembre de 2020

 25 de septiembre de 2020. Viernes.
EL GRAN DRAMA

Esclavos de las pandemias, pendientes del Amor. F: Ecclesia.

-Si digo Amor, estoy diciendo Dios. Se trata solo de un intercambio de palabras. Dios y Amor coinciden en número de letras, y en el significado de sus contenidos. Si digo Dios, estoy diciendo Amor, y si Amor, se me aparece entre los labios la invisible realidad de Dios. Dios y Amor, pues, aleteando en mi boca, como el verso de un poema o el pan que mastico. Dios es el pan espiritual recién horneado que cada día yo muerdo para mantener en forma mi espíritu. Andaba yo en estas consideraciones –tan de Escritura, tan de teología– feliz, cuando se me ha hecho presente el gran drama de la pandemia en España y en el mundo. Teología del sufrimiento. Me lo ha recordado la lectura del Boletín de Ayuda a la Iglesia Necesitada. Leo: «Por primera vez, muchos hemos compartido en nuestras carnes el dolor, el miedo, el sufrimiento y la incertidumbre con tantos hermanos nuestros que arrastran desde años otras pandemias como el ébola, la guerra, la injusticia, la pobreza o la persecución. Y ahora, el coronavirus». Tras leer esto, que me ha conmovido, han tomado más fuerza las palabras Dios y Amor; o el Amor del buen samaritano Dios. Un sacerdote venezolano –la mano samaritana de Dios– advertía: «O nos mata el virus o nos mata el hambre». Luego añade que, en su oración, «pelea con Dios». Qué bonita expresión: «Pelear con Dios», o pedirle su intervención con lágrimas en los ojos y los puños cerrados; y añade: «pero la fortaleza viene de Él». Y es que, Diario, si digo Amor, Piedad, Samaritano, estoy diciendo Dios (13:09:18).

jueves, 24 de septiembre de 2020

24 de septiembre de 2020. Jueves.
MÚSICA Y ACORDE

Oyendo la música de Dios, en la cascada. De la prensa.

-Vino la música, y elevó la oración. La sacó de su monotonía y la agitó con pentagramas, corcheas, belleza. La oración, que ya era música, se hizo así variación, algarabía de notas, armonioso acontecimiento galáctico. La oración abre sus alas y, en la música, vuela, y su vuelo no tiene fin, cruza espacios, la infinitud, hasta dar con Dios, que hace su Vida en el Acorde de la Trinidad. O Dios en el Amor, sonido de existencia, de presencia. «Tres personas y un Amado / entre todos Tres había», canta San Juan de la Cruz. En el principio, Dios hizo la música: ¡creó el universo! Música sin acorde aún. ¡Luz dispersa! Dejó sus notas musicales desparramadas en las aves, las selvas, las estrellas, las cumbres, el mar, la Palabra. Dejó sin acabar el gran acorde total, que, inspirado por el mismo Dios, reuniera todas las notas de cada una de las fracciones en que estaban divididas y las acoplara, las ajustara, como la Trinidad de Dios su hace Uno en el Amor; es decir: hiciera la música de las cosas partitura, conjunto armónico, inmortal sinfonía, concierto. Las palabras, pues, en la oración y el amor, con la música, se hacen acorde, coral, se engalanan de gozo, y bendicen, y ruegan, y cantan en los labios y se hacen danza en los pies, e introducen emociones en el corazón. Dios crea –y recrea– desde el Amor. Y, desde el Amor, Diario, compone la música de las cosas, oración volátil, melodías inacabadas; melodías que más tarde el hombre ordena, ajusta, y las convierte en Acorde trinitario de Amor al que vislumbrar y cantar, rezando, haciendo arpegios con el corazón (12:24:19).

miércoles, 23 de septiembre de 2020

23 de septiembre de 2020. Miércoles.
EL VIRUS Y LA POLÍTICA

Creían que no se contagiaba, los políticos. El País. 

-Duermo bien, y me da miedo despertar. Todo está embarrado, emborronado, una vez más, de pandemias: la viral y la política. Despiertas y te metes en el fango y el tizón, la ceniza, del virus y de lo político. El virus no da tregua. Se extiende como una mancha de aceite perversa y airada, aniquiladora; y la política, que, en vez de mirar al virus para destruirlo, o contenerlo, se mira el ombligo, y se complace en sus errores; errores que, al darse cuenta de que lo son, en menos que cae una hoja del árbol, los carga, sin pudor, sobre la espalda del adversario. Los políticos se tiran, como confetis, pifias y yerros, atrocidades. Las malas aves nos persiguen. Menos mal que, al despertar, y después de los miedos, leo la prensa y descubro que no todo es malo en el mundo, que hay luz en muchos ojos, y miradas limpias, y corazones que laten bondad y destellos sin sospechas. Leo en ABC: «Italia acogerá a 300 refugiados de Lesbos a la iniciativa de un Movimiento Católico, la Comunidad de San Egidio, en Roma». Dios nos deja su bendición con acciones solidarias y radiantes como ésta. Lo que la política nos quita por un lado, Dios nos lo da por otro; Dios, el que cada día da de comer a los pájaros, que, agradecidos, cantan y honran al árbol –y a Dios– con sus himnos (11:20:47).

martes, 22 de septiembre de 2020

22 de septiembre de 2020. Martes.
EL OTOÑO

Hojas en la tierra: vuelven a su raíz. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Ayer me metí en filosofías, hoy anuncio una buena anoticia: ha llegado el otoño. Aunque con el virus y la zozobra de su poder en alza. El virus –desde hace meses– reina en el mundo, coronado de maldad y dientes largos, como los del lobo que masticó a Caperucita. Pero el otoño es la liberación del verano, lo calma, lo endulza, lo tiñe de candor. En otoño caen las hojas: la alegría y la belleza del árbol pasan a ser alegría y belleza en la tierra. Los árboles se desnudan y la tierra se viste con ropajes de primavera, pero ropajes dorados. El otoño rebaja la soberbia del verano, le quita espuma a su cerveza. Lo que me ha hecho pensar: «En el otoño de la vida, empieza la primavera de Dios». En Dios, todo, y siempre, como Origen y Aliento de las cosas está rebrotando, retallando: la luz –«hágase la luz»–; la vida –y Dios se dio como exhalación–; el amor –envió su Hijo al mundo–; y la eternidad –la promesa–. En Dios, y a cada momento, como un incendio alentado por el viento, están renaciendo, resucitando las cosas; y esa es la razón, Diario, por la que un servidor ama y festeja estas cosas, que viven en ese soplo –palabra– de Dios, en continua creación (11:57:45).

lunes, 21 de septiembre de 2020

21 de septiembre de 2020. Lunes.
MATEMÁTICAS DE DIOS

Movimiento continuo, en el avión. Viaje a Alemania. F; FotVi

-Si lees a un filósofo ateo, agnóstico, te dirá que Dios ha muerto, Nietzsche. Sin embargo, otro filósofo, Newton, decía que «Dios explicaba la existencia del movimiento en el mundo». Y Richard Feynman, premio Nobel de Física, decía: «El universo se rige por reglas matemáticas y esto es un misterio, una especie de milagro». En el universo, pues –(galaxias –racimos–, estrellas –miríadas–, mundos – infinidades– y un planeta, único, azul y con vida, la Tierra) entran las matemáticas: un dedo divino escribe en la pizarra del infinito y crea las ecuaciones algebraicas, las potencias y raíces, la inmensidad del enjambre del cálculo, que va resolviendo incógnitas y haciendo que surjan otras, y todo, dentro de un orden, invariable, lógico, que hace que todo se mueva según las leyes preestablecidas. Es el misterio, el milagro, al que la ciencia no ha sabido dar respuesta. La ciencia, que un día dice esto, y al siguiente, lo otro. No está segura de los números que hace, porque antes o después, estos números chocan con el orden del universo que sí está reglado y numerado según una inteligencia –las matemáticas de Dios –superior, y se deshacen. Y es que como decía Kierkegaard: «La fe no contradice el conocimiento, va más allá del conocimiento». El cristianismo es luz, que a veces, Diario, se oscurece, hasta lastimar la fe del creyente, que palpa y no toca, que habla y sólo le responde el silencio, o las matemáticas de Dios, que, sin embargo, brillan –y hablan– en los cielos, y hay que entender su lenguaje (2:31:09).

domingo, 20 de septiembre de 2020

20 de septiembre de 2020. Domingo.
LA VIÑA

Tierra, viña, trabajo, salario. Torre de la Horadada. F : FotVi

-Esta mañana, como un destello, como un hallazgo de luz derramándose, me han llegado las palabras de Jesús: «Venid a trabajar a mi viña». En la misa. No sé la hora: si me llamó de los del principio o de los últimos. Yo sé que me llamó y respondí, como el silencio llama al recogimiento, a la contemplación. Y luego me pagó con el denario -el salario- de su gracia, del que aún vivo. Y que, desde entonces, me alimenta espiritualmente. Poniendo vuelos en mis ojos y en mi corazón. Ha habido veces que he pretendido salirme de ese salario de gracia, y me ha ido mal. Hasta que supe por San Agustín, que el «salario de Dios es la justicia». La justicia, o la mentira del hombre –el político, el arribista, el ladrón– y la verdad de Dios. Dice la Escritura que el justo vive de la fe. Y sigue San Agustín: «Te pregunto si crees. Dices: Creo. Haz lo que dices y tendrás fe». Porque las obras, aquello que haces, el pan que pones en la mesa para que todos puedan partirlo y comer, el agua que dejas en los labios del que tiene sed, son la irradiación, lo que se ve y se toca de la fe. La fe no solo son palabras, Diario, sino también, y sobre todo, salario, jornal, amor, justicia, que dan y dignifican la vida (13:15:00).

sábado, 19 de septiembre de 2020

 

19 de septiembre de 2020. Sábado.
GRITO DE URGENCIA

Pescando luz, en el mar. Lo Pagán. F: FotVi

-Después de haber vivido un día de color borroso y mojado, triste, pandémico, se nos abre un nuevo día luminoso de sol y azul, radiante, que nos llama a la vida. Día que aletea en nuestros ojos y en nuestro corazón, y nos dice que la vida solo dura un pequeño trecho –hermoso– y que la muerte es para siempre. Día, pues, que nos invita a vivir, con mascarilla; pero a vivir. Con el sol y el azul, y la cautela, en una mano, y Dios y su bondad, en la otra. Manos que, sin embargo, no estarán niveladas. Dios pesa más que el sol y el azul, más que la cautela y la pandemia. Yo, en este día, para elevarme, para ascender en la fe, para poder tocarla, me arrodillo y bajo a la humildad, y, desde esta, ruego a Dios y a la Medicina que alcancen a entenderse, que lleguen a un acuerdo, de amor, por el mundo. De progreso en la ciencia. Pido que Dios extienda su brazo y agudice la sabiduría del sabio, su microscopio, su visión de lo invisible; que el sabio dé con el virus, lo aísle, invada sus entrañas, llegue a su corazón maligno, y lo pueda transformar en vacuna de salvación. Y porque espero, pido, suplico, solicito a Dios, con un grito de urgencia, con un grito humedecido de lágrimas, que ayude al sabio, al epidemiólogo, que sople en su sabiduría y que, de este modo, lo ilumine, para que dé con la receta que anule la pandemia; que pueda, Diario, al fin, alegrar el sufrimiento, redimir la angustia, y, conmovido el mundo, reír con risa nueva (11:45:27).

viernes, 18 de septiembre de 2020

18 de septiembre de 2020. Viernes.
OJOS DE NUBES

Llora el paisaje, lagos de Plitvice. Croacia. F: FotVi

-Por fin el verano inclina el vaso y se derrama: nos llueve, nos bendice. Si la lluvia no se excede en Los Alcázares, en San Pedro del Pinatar, en el entorno del Mar Menor, será bendición, si no, desgracia, un lamento verde y sucio. De un tiempo a esta parte, el Mar Menor ha sido golpeado y hostigado por multitud de enemigos: juro y digo con solemnidad que los peces son inocentes. Los enemigos le vienen de fuera, como el coronavirus que nos azota, que nacido en Wuhan y paseando su exterminio por todo el mundo, ha venido a asentarse en España, como un veraneante más, excepcional, despótico. En cualquier minuto, piensas que el virus puede llamar a tu puerta, y te recorren todos los miedos, que empiezan por la espalda. En la que un sudor frío avisa del peligro, hasta helarte el corazón y la razón. Con la lluvia, el cielo ha descendido a la tierra, y, con el cielo, Dios, que, en forma de gotas de agua, alimenta las raíces del árbol, se hace río, y luego mar con peces y nieve en el crudo invierno. (Perdonad, pero yo veo a Dios en cualquier cosa, sea junco o galaxia, alegría o dolor, pasión o belleza. En donde no está Dios es en la maldad del hombre, que es obscena: con sus terribles demonios, irascibles y soberbios, destructores. Pero sí –ejemplos– en la música que sale de la trompeta de Louis Armstrong –jazz–, o en la nariz de Pinocho, en la que se refleja lo que es la humanidad: debilidad y grandeza, poesía y «madera de temblor», que se alarga al mentir). Llueve leve, como un llorar del cielo que se desborda de sus ojos de nubes, y, de este modo tan sencillo, Diario, canta el otoño su himno anual del declinar de la vida, y a Dios (12:12:58).

jueves, 17 de septiembre de 2020

17 de septiembre de 2020. Jueves.
¿DÓNDE ESTÁ TU YO?

Fractura y caída del yo. El País. El Roto.

-Hoy en día se nos podría preguntar: «¿Dónde está tu yo?» El yo del hombre de después de la pandemia, es como el humo de un cigarrillo en los labios de un fumador, se deshilacha, se desvanece. Te envuelve el rostro, goloso de ti, y al momento queda en nada. Aquello de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia», ha quedado en: «Yo soy y yo, sin circunstancia». El «yo soy yo» se está muriendo, sin asideros, sin otra calle por la que tirar. Esta pandemia nos ha descubierto la fragilidad insolente y lacerante del ser humano. Ni la belleza de un vaso griego es tan quebradiza, tan insuficiente, como lo es el barro arcilloso y ególatra del que está hecho el hombre. Con pegamento y la delicadeza de unas manos hábiles, la vasija griega se puede recomponer. Pero el ser humano, si no es desde la humildad; es decir, desde su posición de criatura que piensa, se equivoca, rectifica, abre utopías, se da de bruces con la realidad, empieza de nuevo, y así hasta subir y tocar las estrellas, y besarlas, pero no como un Zeus Olímpico, sino desde el estudio y el esfuerzo, desde el humanismo y la libertad, desde la justicia y la verdad, desde la ciencia liberada y caído de su pedestal idolátrico, de su peligrosa autosuficiencia, no se podrá reconstruir. Y, alguna que otra vez, también rezando, sin complejos ni miedos oscuros, con la oración en los labios y el fuste de la fe subiendo como columna por la esperanza, como un géiser eléctrico. Hasta dar con el Más Allá. ¿Que dónde está nuestro yo, Diario? Tratando de encontrar la humildad, que reconstruya la vasija y le devuelva su original y radiante belleza (11:29:33).

miércoles, 16 de septiembre de 2020

16 de septiembre de 2020. Miércoles.
¡UF!

Un amanecer turbio, aunque luminoso luego. Murcia. F: FotVi

-Parece como si el día se tapara: sale de la noche cubierto de nubes, vestido de un marrón sucio, embarrado. Es el color de la política. Por su degradación, la política huele a fosfina, a ajo. Detestable olor, como el de la atmósfera en Venus. En España huele parecido, o a más asco. Aunque luego sale el sol y lo llena todo de pájaros y de diafanidad. Se aclara lo oscuro y pestilente, y abre sus alas la esperanza. Dios, en la luz, se hace transparencia. Y como en el concierto de Vivaldi, Las cuatro estaciones–, tras la tempestad, llega la calma. Y, en esta calma, se hace la vendimia, y el vino y el baile corren, y el gozo acaba en un dulcísimo sueño. Así es la vida. Primero, la suave primavera, donde todo es flor, resurrección, retorno; luego el verano, bronco y solemne, frutal; y el otoño, remolón y nostálgico, melancolía, y, por fin, el invierno, donde el frío y el vaho tiritan, y la Navidad, en la que se nos da la noticia de que el Verbo de Dios se hace carne y cercanía para el hombre, y villancico, poema. El Gobierno –éste que nos desgobierna y divide– trae, como asignatura obligatoria en las escuelas, Memoria democrática. Ya el título me sabe a República Democrática Alemana: suena mal al oído. ¿Democrática? ¿La Memoria histórica a la que sustituye no era democrática? Esto huele como la atmósfera de Venus, Diario, a ajo, a podrido. ¡Uf! (13:22:51).

martes, 15 de septiembre de 2020

15 de septiembre de 2020. Martes.
LA MADRE DOLOROSA

Cristo crucificado, y María a sus pies. De Jana Góra. Polonia. F: FotVi

-El himno de Laudes –Libro de las Horas– es estremecedor. Dice: «Estaba la Madre Dolorosa de pie, / llorando junto a la Cruz, / mientras el Hijo pendía». Jesús, en la cruz, tocaba el dolor, que hurgaba en su carne; él sentía las espinas en la cabeza, los clavos en manos y pies, la lanzada en el costado. Suya era la sangre que brotaba y encharcaba el suelo, y que lamían los perros. Y María, la madre contristada, doliéndose en el dolor de su Hijo, sintiendo cada llaga del Hijo en su costado, de pie. «Y a ti, una espada te traspasará el alma», le había dicho el profeta Simeón. El Hijo miraba al cielo, que parecía no oír, y hablaba: «¡Padre, ¿por qué me has abandonado?!» Y María, la madre que sí oía, allí, de pie. Sufriendo con el Hijo su orfandad, su aterradora soledad. Llorando y sin moverse, como una «columna tallada», sosteniendo todo aquel universo de dolor terrible, que daba con los nudillos en el cielo. Al tiempo que la oración pasaba por la angustia y el espanto del Hijo. El dolor, en María, con el del Hijo, es redentor, rescata, libera. Ella está bebiendo el mismo cáliz que Jesús bebe, y en la misma copa. Por eso se la llama corredentora: la que redime, rogando, elevando su dolor al cielo con el de su Hijo, como un grito inmenso, Diario, que Dios oye, y, seducido, Ama (12:35:03).

lunes, 14 de septiembre de 2020

14 de septiembre de 2020. Lunes.
ROSAL DE NUESTRO TIEMPO

Plaza de la Cruz, esta mañana. Murcia. F: FotVi

-Al árbol de la Cruz le van saliendo flores, hojas, frutos, agradables de ver a los ojos. Pero, antes, estuvo plagado de espinas, de abandonos, de lanzazos y soledad, de muerte. Solo unos ojos llorosos de madre y unos pocos discípulos, que se quedaron al pie de la cruz, lamentaron tanto dolor. La cruz es el rosal con espinas de nuestro tiempo: Cristo es el amor, las flores, los frutos; la pobreza es las espinas, el dolor, la soledad mancillada. El mundo injusto, el de la desigualdad y el descarte es la cruz actual, donde Cristo sufre con el que sufre y se inmola –aún hoy– en los campos de concentración y de refugiados de cada una de las épocas. Hoy, en la liturgia cristiana, se exalta la Santa Cruz: es elevada para que la puedan ver Dios y el hombre. Dios la ve y redime; el hombre la mira y es redimido. En su vida, Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro; sólo sube para ir a la cruz, y desde allí ver y ser visto a un tiempo por el Padre y por el hombre; es decir, por el que perdona y por el que es perdonado. Dios, Diario, es el Hijo que más hijos da al Padre, y sólo con una condición, la de mirar con amor –nadie es obligado a hacerlo– ese «árbol de la Cruz», donde expira el que es Aliento, y Soplo, y Verbo –habla, muriendo– de la Vida (12:59:25).

domingo, 13 de septiembre de 2020

13 de septiembre de 2020. Domingo.
VUELO DE PALOMAS

Vuelo de palomas, que traen la paz. Murcia. F: FotVi

-Cada domingo se me aparece, como un vuelo de palomas, la paz que me viene y la que yo doy. Así me parece y así lo creo. En todo caso, me digo: «¡Yo, centro de la paz!», y, con este pensamiento, me santiguo y rezo, y alabo, y, en libertad, canto a Dios y a las cosas, y al hombre, como obra del orfebre Dios. No soy un fanático; simplemente soy un creyente, que estudia el tiempo en que vive y lo ama. Y lo dice, con sus iras, sus pandemias, y sus prados verdes, sus tiempos de bonanza y claridad. Como a las polillas, me atrae más la luz que las sombras, y, por amarla, prefiero arder en la luz, que perderme en una noche eterna. Me gusta Dios y su cultura: la del amor. Porque como dice el Eclesiástico, libro sabio: «El furor y la ira son odiosos». Y luego añade: «Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán tus pecados cuando lo pidas». Porque somos pecado; pero sobre todo, somos amor que perdona y es perdonado: alienta el perdón. Perdonar, ¿cuántas veces? «Hasta setenta veces siete»; es decir: perdonar hasta tocar el infinito. El Evangelio, Diario, es osadía, riesgo. San Agustín así lo entendió y lo dijo: «Ama y haz lo que quieras», pero con Amor (10:16:23).

sábado, 12 de septiembre de 2020

12 de septiembre de 2020. Sábado.
¡ALUCINO!

Para salir corriendo, si llega el caso. Frankfurt. Alemania. F: FotVi

-Miro mis manos y parecen hechas de agua de grifo, tan limpias están. Casi destellan transparencia. Si las saco a la noche, lucen como luciérnagas, como una estrella en un charco. Y chispean. Sin embargo, no brilla con tal fulgor la mala noticia de la eutanasia. El otro bicho que, desde el Congreso, acecha para matar ancianos (y vidas que estorben) con todo el desgarro –impudor– de la ley. La vida se da o se quita, según decidan unos señores –jerarcas del bien y del mal–, que votan, no en conciencia, sino por disciplina de Partido. La vida así depende de un hilo, de un voto. De una calderilla –el voto– mal contada, o contada a fuerza de talonario. Si no voto –reflexiona el del escaño–, me quedo sin nómina, sin, aproximadamente, los 3.000 euros que me embolso cada mes. Porque ¿en qué otro sitio puedo ganar tanto por tan poco hacer? Y el diputado pone la conciencia bajo el escaño, o la pisa con el zapato, y vota sí. O hace lo que le dicte el Gran Hermano (George Orwell) que dirige voluntades. De este modo, se alivian las Residencias y toma aliento el fondo de la Seguridad Social. ¿Por qué en vez de bajar las pensiones, no bajamos el número de los que las cobran?, se preguntan los eminentes congresistas. Así todo es pandemia, demencia. Unos se los lleva el virus y los que se libren, el voto de sus señorías. Y el verdugo: el médico, hecho para curar, transformado en Drácula. Creados por Dios, con cuidado de orfebre, Diario, para que luego nos mate, incluso contra nuestra voluntad, una votación –el otro virus, quizá– en el Congreso. ¡Alucino! (11:25:50).

viernes, 11 de septiembre de 2020

11 de septiembre de 2020. Viernes.
EL MIEDO SIGUE

Desierto, desde el monte Nebo. Jordania. F: FotVi

-A 11 de septiembre ya, y el miedo sigue. Como cuando te mira un búho, o una hiena. O el desierto del Sinaí. Todo en los ojos es arena, escorpión maligno. Sed. El coronavirus se ha instalado en el mundo como señor y maestro de comportamientos. No hacemos nada, sin pedirle antes permiso a él. El fútbol, los espectáculos, la copa en el bar, todo baila el vals que entona el virus, su orquesta siniestra. El día está en calma, y el bicho al acecho: al menor descuido te clava el aguijón. Pensamos. Desde mi habitación oigo los claxon de los coches, en manifestación por la calle: es el Circo que pide ayuda. Desde la desesperación. Es el llanto del Circo y de otros espectáculos, que se han quedado sin risas, sin payasos, sin ilusionistas, sin la bella tramoya que hacía felices y causaba asombro a los niños y recuerdos luminosos a los padres. El virus nos ha cercenado la ilusión, la fantasía, ha matado las palomas que salían del sombrero del prestidigitador. Agotados todos los productos de la tierra, la mayoría inservibles hasta ahora para vencer al bicho, sólo nos queda el desinfectante de mirar al cielo y esperar, que –como dice la Escritura– nos «llueva la justicia». Que el cielo llueva a Dios, nos consuele, nos dé aliento, y nos deje un espíritu nuevo. Que los cielos lluevan a Dios, Diario, y, sin las ataduras de la «viruscracia», nos cale de libertad y esperanza (13:03:26).

jueves, 10 de septiembre de 2020

10 de septiembre de 2020. Jueves.
EL PLANETA-JARDÍN

Cristo migrande, en la cruz de Lesbos. Zakopane. Polonia. F. FotVi

-Con la disminución de los días, ha crecido el fresquito de la noche. Y el dormitar plácidamente. Como niños pequeños en brazos de una nube. Se sube uno a la nube, se recuesta en ella, y, arropado por el blanco del algodón del que está hecha, se tapa, y a soñar. Entonces se respira hondo y se descansa: todo se detiene, se hace pausa. Con el sueño, vuelve la paz de espíritu, y pueden las abejas volver a libar en ti. Chupan tu néctar, la miel de tu polen. Sólo que queda un cabo suelto, y trágico: el de los que no pueden soñar, porque les falta en dónde reclinar la cabeza. Son los atrapados por la pobreza, los atados a las cadenas de su tiranía. Ejemplo: los castigados migrantes –13 mil– de la isla de Lesbos, en Gracia, arrasada por el fuego. Europa, la oficial, y también a veces la que se afana por la calle para buscar el pan –la luz de cada día–, se ha deshumanizado, ha roto sus bellas ataduras con la fraternidad. Ataduras que son libertad, rescate de la responsabilidad. Ha dicho el Papa Francisco: «Para salir mejor de esta crisis, debemos hacerlo juntos, en solidaridad». Y sigue: «Vivimos en una casa común, el planeta-jardín en el que Dios nos ha puesto». Es decir, tenemos un destino común, solidario. Y, como bello colofón a su pensamiento, añade: «En Cristo Jesús». Así, Diario, nos libera de nosotros mismos, coloca el egoísmo bajo el dominio de nuestra voluntad, y nos conduce hacia las obras de misericordia, con las que, ejerciéndolas, se consigue la perfecta felicidad, más allá de nosotros, de nuestros demonios (12:29:38).

miércoles, 9 de septiembre de 2020

9 de septiembre de 2020. Miércoles.
PEQUEÑA GALAXIA ENCENDIDA

Nacida para dar a Jesús, como Luz. Vilna, Lituania. F: FotVi

-Ayer celebrábamos el Nacimiento de María, la Madre de Jesús. Acontecimiento único, nuevo, estelar. Lo cantaba así Lope de Vega: «Hoy nace una clara estrella». Nacer es abrirse a la sorpresa y al éxtasis de la luz, y, como pez en el agua, nadar en esa luz. Es ver y vivir en la luz, respirar y esparcir luz, dar luz, arrinconando así toda noche y sus sombras. Desvestir a la oscuridad y hacerla claridad. María, por ser estrella, venía de la luz, y –según el poeta– ella misma era claridad, destello. Pequeña galaxia encendida. Pero he aquí que de esta luz –«divina, celestial»– nace otra Luz, más clara, radiante, tersa, que lo envolvería todo. Pues: «Que con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella». El profeta Malaquías dice de Jesús que era el Sol de justicia, que quemaría toda paja. Y el profeta Asías lo llama la «Gran Luz». Y es María la estrella de quien nace la Gran Luz: con gérmenes del Espíritu de Dios y de la Carne de María. De ambas semillas se nutre. María pone la Encarnación; Dios, la Divinidad. Jesús lleva en sí la Carne de María y el Espíritu o Amor de Dios, que da sentido y trascendencia a esta carne; y de este modo, como dice el poeta: «María puso el niño / y Dios puso a Emmanuel […], que obra fue de María / y del Cielo también». Los dos: Dios y María, tejiendo el ser del nuevo Sol; Sol que quemaría la paja, y que, con el trigo limpio de impurezas, triturado, hecho pan, y, puesto en la mesa, sería la comida del hambriento; y, como anunciara Isaías, gratis, sin precio. «Venid y comed, también los que no tenéis dinero». María, Diario, es la que, con Dios, da este pan, y lo parte, y lo reparte, y lo pone en la boca de quien desea saciarse del Espíritu de Dios, de su Amor; es decir, vivir en Dios (11:58:25).

martes, 8 de septiembre de 2020

8 de septiembre de 2020. Martes.
RESPIRAR

"¡He tocado el mar!", en Torre de la Horadada. F: FotVi

-Se trataba de respirar, de salir de la monotonía y abrir la esperanza, como se abre y se paladea una naranja. Gajo a gajo. Grito a grito. Como si silabearas las letras de una palabra. Casi con ira amable, con bocado hambriento y pausado. Así ha sido mi viaje a San Pedro y luego a la Torre. Hoy, cuando la pandemia está volviendo a insistir en el contagio y las muertes, he salido de mi refugio. Y he respirado. «¡Venid conmigo!», le he dicho a las cosas. Y las cosas me han acompañado. He visto árboles, nubes, golondrinas; he tocado una gardenia, también el agua del mar –el mar me ha reconocido–; una pequeña araña me ha mirado desde su tela y he esperado que me dijera «¡hola!», pero las arañas no saben hablar; he visto a amigos, a personas queridas, y sin darnos la mano, y, casi sin hablar, nos hemos saludado. Con los ojos. Con silencios emocionados. Ya llegarán las palabras y los abrazos, y el contarnos cómo hemos pasado estos días lentos y terribles, en los que solo nos ha visitado la soledad. Acompañada, sin embargo, de recuerdos vivos, que los años no han borrado, y que, en algunos casos, nos han devuelto a la niñez, y, en ella, Diario, nos hemos recostado en el regazo de la madre, para dormirnos y soñar, y sentir los latidos, nunca olvidados, de tanto amor (18:54:11).

lunes, 7 de septiembre de 2020

7 de septiembre de 2020. Lunes.
LA ESCUELA

No es una mascarilla: ni una mariposa. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Y llegó el tiempo de ir a la escuela. Ese lugar de paz y sabiduría, también de pequeñas guerras –a veces–, y donde conviven las letras y los números, la geografía y la ortografía, y la historia, y, sobre todo, la fe del maestro. El maestro –su fe, su constancia– es el verso –endecasílabo y bello–, que completa el poema de la exacta y cabal educación: la que expone –sacándolos de la bruma de los libros–, los espacios abiertos, ignotos, felizmente turbadores, del saber. El maestro es el que descubre que siempre hay una lejanía más allá del último horizonte hollado por el pie del que busca, el alumno. Los maestros son las luces –pequeñas luces en el estadio– que iluminan el mundo, redimiéndolo de sus oscuras y pavorosas ignorancias. Este, sin embargo, es un curso raro, neblinoso, nunca antes vivido, terco en mensajes negativos, y que invita al miedo. Un miedo multiplicado: el de los padres, el de los  maestros, y el menos corrosivo, por alegre, de los niños. Los niños, en las escuelas, en los colegios, tienen amigos, que, en el cómputo de sus valores, les atraen más que el miedo que pueda dar el bicho este que nos asusta y nos desdibuja, y nos humilla, como seres humanos. Los niños demuestran, Diario, que, en las asignaturas del soñar y creer en la amistad, son más libres e imaginativos que los mayores; es decir: aquellas asignaturas que más lucen, hasta encandilar, en nuestras vidas (12:49:32).

domingo, 6 de septiembre de 2020

 6 de septiembre de 2020. Domingo.
FUNESTO ANTIFAZ

Una palabra, puede reconstruir una vida. Tallín. Estonia. F: FotVi

-El primer domingo de septiembre, y vestidos, aún, con el inquietante y funesto antifaz –mascarilla– del coronavirus. Como en una película de guerreros traviesos, para intentar –desde la clandestinidad–, dicen ellos, implantar justicia. La mascarilla de la pantalla y la ficción ha pasado a la vida real, como un drama urbano ridículo y perturbador. Pero insistente. Todos enmascarados: «¡Arriba las manos! El dinero o la vida». Y elegimos la vida: es el único aval que es nuestro, de verdad, ni pobreza ni fortuna, ni éxito ni poder, sólo la vida. El mundo se ha hecho un carnaval; pero no ruidoso y alborotado, sino enfermo y triste. En este carnaval de cada día, los silencios se oyen más que las palabras, los ojos que lo miran, más que los ruidos del mar. Yo, esta mañana, sin mascarilla y libres las palabras, he participado en la misa de la tele, para dar salida a la alabanza y la oración. Y, en ese ir y venir de la misa, he oído cosas hermosas sobre la corrección y la humildad de aceptar que haya quien corrija nuestros vicios. He oído: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”. Es la ayuda, el auxilio al necesitado. Das la palabra correctora, Diario, como el que ofrece un pedazo de pan, para remediar y elevar; se trata, dice el profeta Ezequiel, de poner «en guardia al malvado, para que cambie de conducta», y, de este modo, dé alcance a la luz, y vea, y se salve (18:22:45).

sábado, 5 de septiembre de 2020

5 de septiembre de 2020. Sábado.
BROCHAZO DE AZUL ARDIENTE

El amor tirando del amor. De la prensa.

-Miro el amanecer y lo veo luminoso, terso el azul que lo sostiene. Como un brochazo de azul ardiente, vivo, ahí arriba latiendo. A pesar de las lanzadas de la vida –las hay, y crueles–, amo la luz y el azul me relaja. El verde es el color de la esperanza; el azul, el de la alegría ilusionada. Que también es esperanza; pero adornada de gozos entrañables. Como el de Santa Teresa de Calcuta, a la que el Papa Francisco llamó: «Pequeño lápiz en las manos de Dios». Lápiz con el que el niño pinta hermosos garabatos y Teresa reescribe, en azul, a Jesús, encarnado en las llagas de la pobreza, en su postración, en el abrazo que Teresa da a las úlceras azuladas, con moscas, del niño de la calle, en Calcuta. Abrazo, por el que el niño se siente niño; es decir, grandeza, y Teresa, misericordia: o trazado de la firma de Dios en quien sufre. Con este pequeño lápiz, Dios escribe –llevándole la mano a Teresa, y en los renglones torcidos del hombre–, bellas historias de amor. Con el lápiz de Teresa, Diario, Dios borraba injusticias, tocaba la lepra de nuestra sociedad, soberbia y calculadora, y escribía el evangelio que Jesús vivió y por el que murió, diciendo, según nos relata San Juan: «Todo está cumplido»; es decir, todo acabado, firmado, en el amor (12:40:14).

viernes, 4 de septiembre de 2020

4 de septiembre de 2020. Viernes.
ALEGRÍA DE LO POSTRERO

Hablando con el misterio. Santa Teresa. 

-Ayer –día de afirmaciones–, firmé el contrato con la editorial Ediciones Vitruvio, para la publicación de mi nuevo libro Me detuve, y toqué el silencio. Después de más de 30 libros, éste me llega con el gozo del hijo tardío, que –de momento– está superando años y pandemia, y que aún sigue tejiendo sueños y palabras, que son la almendra –cerrada y luego partida– de las ideas. La firma de este contrato es la alegría de lo postrero, de lo rezagado, como las hojas bruñidas del otoño. Cuando firmaba el contrato, del arañar de la pluma parecían escapar pájaros, y nubes altas, y la fe que llenaba de luz su rasgadura. Era, y notaba, la fe del trabajo, de la duda, de las preguntas que quedan en el aire, tantas, y Dios, que, a veces, llega e insinúa una respuesta, que uno medita y la hace contemplación, y, si logras entenderla, a vislumbrar su significado, se convierte en éxtasis, en elevación, en lucidez celeste. Si no, insistes, rezas, combates con la oscuridad, extiendes los brazos y arañas en ella, y, desde la oscuridad, se oye tu voz que dice con el poeta: «Dinos, Señor, dónde resides. Dónde / pones tu pie de paz, dónde tu casa», y vuelve el silencio, pero insistes. Y así, Diario, hasta que te viene un poema y lo escribes, y te duele el alma, y de este modo tan tremendo nace un libro. Y lo titulas: Me detuve, y toqué el silencio, donde late el misterio, y en el que la Palabra se hace carne, y poema que trata de abrir silencios, y que, en alguna ocasión, casi los toca, y así vives, llamando a las preguntas, tratando en el concierto de la vida de oír la gracia, y de entenderla (19:36:52).

jueves, 3 de septiembre de 2020

 

3 de septiembre de 2020. Jueves.
FRAGILIDAD

Fragilidad en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi

-Ya reconforta, por la noche, taparse con la sábana. Te encoges y atraes la sábana hacia ti. Como el pájaro bajo las hojas del árbol cuando empiezan a caer las primeras lluvias de otoño. El pájaro se cobija y pía; el humano se abriga y suspira. Es decir, en invierno, el humano vuelve a hacerse embrión en el seno de la cama. Es nuestro quebranto: el frío nos enfría y el sol nos acalora. Somos un montón de fragilidad, que, sin embargo, ama, y crea, y vive plena de sueños, y toca la esperanza y le da alas, y la fe y lo afianza en la roca de Dios. Somos, como dice un himno de Laudes: «una encarnación diminutiva». Encarnación de luz y sombras, acontecimiento de gracia, una sílaba dicha en el espacio infinito del amor de Dios. Somos, Diario, inmortalidad recluida en un una urna de barro, cerilla encendida en la luz inextinguible del Sol, donde habita la Justicia (18:53:24).

miércoles, 2 de septiembre de 2020

 2 de septiembre de 2020. Miércoles.
EL DECLIVE

Trompeta del Juicio Final. Molina de Segura. F: FotVi

-Desde arriba se les ve pequeñitos, cada uno en su banco y con mascarilla. Guardan las distancias, y hablan. La naturaleza, verde y próxima, los cerca y los invita a que rían y no piensen en sus achaques. En el declive. Cuando me asomo –5º piso– y los veo, me sonrío y, con cariño de amigo –liturgo–, les llamo «el triduo pascual». Son tres: José Luis, Antonio y Raimundo, tres curas jubilados y con achaques, pero aún activos de mente, y de sueños. (Me gustaría entrar en sus sueños y volar con ellos, y salir de los muros de esta pandemia, y dejar de oler a alcohol y a tránsito, a dormición). En sus charlas, hablan de los problemas del mundo y de la Iglesia –tal vez los solucionen–, de sus experiencias antiguas, de sus vidas, con más líneas rectas que borrones, y, entonces, las mascarillas se les deben llenar de mariposas: «Dios –me digo– debe andar en sus palabras, como oyente mudo, como «la Brisa que pasa», que diría Isaías con la lírica de sus versos». Ayer, me asomé y los vi y me vieron, y me hicieron una señal para que bajara, y bajé. Armado de mascarilla y con las manos oliéndome a alcohol y a ablución, a limpieza, bajé. Hablamos, reímos, yo anduve por el patio, y, luego de un tiempo, dije de irme. José Luis, como siempre, me dijo: «Vicente, eres un glúteo (bueno, culo, dijo) de mal asiento». Suele advertirme, Diario, que no dejo a la vida que viva en mí; que –como diría Pablo Neruda, en su poema A callarse– siempre ando «en una inquietud instantánea», viva. Y yo le contesto: «Puede ser»; y me voy, con el deleite de la amistad gozosa, y fortalecida (10:40:06).

martes, 1 de septiembre de 2020

1 de septiembre de 2020. Martes.
LA VIRTUD DE LAS AUSENCIAS

Es corona, pero pura fragilidad, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi 

-La humildad es la virtud de las ausencias, aunque ahí esté. Siento ella luz, huye de la luz. Mientras se esconde de los focos, que con su luz artificial pueden rasgar su recato, su llaneza, ella da luz, irradia claridad, delicadeza para el espíritu. La humildad es la virtud que no se ve, pero que, aun escondida, trasluce integridad, decencia, santidad. De mano de Bieito Rubido, en ABC, leo: «A Sánchez le falta humildad». Me río; solo un poco. Con risa amarga. Y me digo: «¡Sánchez, el presidente de los espejos! El presidente que, antes de pisar un charco, se mira en él, y según lo refleje –si bonito– lo salta, respetando así su categoría de luna de cristal, o –si feo– lo pisa, haciéndolo añicos, rompiendo su azogue, espantando a los pájaros que, inquietos, bebían en él». Sin ánimo de molestar –de política entiendo lo justo, y todavía la chaqueta me viene grande–, yo diría que Sánchez es una soberbia alucinante, encendida, desbocada. En su voz de caramelo, de chuchería de niño bueno, esconde dentadura de tigre y el pitón encendido del unicornio. Como toda soberbia, solo es pose, teatro, relato de ficción. Lo que le sucede al soberbio, Diario, es que, al fin, tiene miedo de sí mismo y se viste de escenario para disimular su ínfima pequeñez, su solapada enfermedad: la de simular lo que no es; o lo que es, pero menos (11:41:11).