ACUARELA DE DIOS
-Esta mañana amanecía con el cielo color naranja y una raya negra –borrón de un dedo invisible, quizá– que predecía un bello día. El sol de otoño, como diría García Lorca, es un sol físico, cordial, amable. Epitome lírico o resumen del gran sol del verano, digo yo. Más tarde el cielo se ha ido cubriendo, pero el sol ha seguido iluminando, y yo, que amo la luz, le he dado las gracias, por la vida, por los colores, por las hojas que caen y alimentan la tierra. El poeta Leopoldo Lugones decía: «No temas el otoño, si ha venido. / Aunque caiga la flor, queda la rama. / La rama queda para hacer el nido.» El sol de otoño es una vidriera por la que entra la luz al templo de la vida, para vestirlo de acuarela de Dios. En otoño, Diario, se van los vencejos, las golondrinas, pero quedan los gorriones, las palomas, y la plegaria de cristalera del corazón, llamando, sin estridencias, en la misericordia de Dios (12:49:23).