12 de julio de 2020. Domingo.
EL QUE HABLA
La Palabra se encarnó, y nos hablo. F: FotVi |
-Día brumoso, con un
cielo como de tierra y unas pocas gotas de lluvia, para que tal vez así puedan
beber, al volar, los vencejos. Y sin bajarse de sus vuelos, donde lo hacen
todo: hasta el dormir. Bello panorama el de los vencejos, que vuelan hasta
dormirse volando, y constantemente libres. Pero el sol, que siempre está hacendoso en
verano, con sus fuertes brazos ha roto la bruma y se ha hecho presente en la
mañana. Un instante. El sol, o la luz que nos habla, iluminando la claridad y distanciando
las lejanías: retirando hacia un más allá los horizontes. Y, en la liturgia,
otra vez la palabra, ese don que nace en la mente y eclosiona en la boca, recreando
y dándole valor a las cosas. La palabra, o cosa de Dios. Dios, el que habla, nos regala su lenguaje. Por medio del poeta Isaías, dejó dicho Dios: «Como
bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de
empapar la tierra […], así será la palabra que sale de mi boca». En la palabra
está el fruto, la semilla, y, si cae en buena tierra, el pan. La palabra fertiliza y hace germinar la tierra del alma. Así la palabra cumple el encargo de Dios: santificar y dar
luz y calor al espíritu, divinizar –hacer su hijo– al que la escucha y,
a la vez, la pone en práctica. Dios actuando desde la palabra, Diario, como jardinero
del amor (17:55:47).
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