7 de julio de 2020. Martes.
ETERNO DESCANSO
Signo de oración, Via Crucis, en el Vaticano. F: Televisión italiana. |
-Ayer, en la Almudena,
Madrid, se elevó una oración a los cielos, como incienso –se podía tocar–, para
pedir por el eterno descanso de los fallecidos en esta tragedia provocada por
el coronavirus. Tantos se han ido sin unos ojos que los alentaran, sin unas
manos –quizá las de la enfermera o el médico– que los sostuvieran, con la
soledad más pavorosa, tal vez con su fe y sus miedos, y sus angustias. Tanto
los obispos como los reyes, tanto los familiares como el personal sanitario,
tanto el militar como el político –Pedro Sánchez no estuvo, tiene miedo a la
calle, le asusta orar, le aterroriza la sencillez, le duele Dios–; es decir,
todos rezábamos y nuestra sola presencia reverencial e íntima ya era una
oración. Pero Sánchez faltó: y la oración de Sánchez no fue oída, porque no la
hubo. Sin embargo, sí fue oída la de miembros de otras confesiones religiosas. Porque
en la oración todos expresamos nuestras necesidades, exponemos nuestra
debilidad, lloramos nuestra orfandad. El suave oleaje del gregoriano, su dulce
simplicidad, su sonido de caracola en la que se oye el mar, se mezclaba con los
silencios, que también rezaban. Silencios rezando al otro Gran Silencio, en la Catedral. Y las piedras del templo escuchando, y el mundo, y los muertos, y Dios, Diario, en la humildad y cercanía de su Silencio (18:28:51).
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