21 de diciembre de 2020. Lunes.
VIEJECITOS ENTRAÑABLES
VIEJECITOS ENTRAÑABLES
-Mis libros se calientan al sol, como viejecitos
entrañables, y con toda su sabiduría a cuestas. En los libros se encierra, con
fácil llave para abrirlos, la esperanza del mundo: en ellos están los
proyectos, leyes, vidas, encuentros y desencuentros, las luces de la paz y los
lutos de la guerra. En los libros vive la historia, late, grita, a veces con
espasmos, para que nos instruyamos los que amamos y defendemos la vida, e
imitemos virtudes y corrijamos errores. Ahí están contadas vidas como la de
Jesús de Nazaret, toda luz y cruz, palabra y resurrección, liberación, que
revela los modos de poder acercarse y hablar con Dios. Y las vidas de las ideologías
–las nuevas idolatrías–, que tanto han matado y corrompido a la humanidad, y
que aún hoy tanto hieren y dividen, tanto engañan. Y enlutan. Donde se
desprecia a los libros, crece la barbarie, la bestialidad humana, la
depravación más podrida; nace el gusano más corrosivo y ácido del ser humano,
la intolerancia. El sol, que es sabio por antiguo, lo sabe, y es la razón por
la que cada mañana se detiene y se recrea en mis libros, y, cuanto se va, contemplo
la tinta de las hojas del libro entre sus dedos; sus dedos de oro y de color de
amanecer naranja. El sol, el astro que, deseoso de saber, se cuela por las
ventanas de las bibliotecas, y sale de ellas con aureola de sabio dando y
esparciendo cultura, sembrándola con la sencillez amiga del maestro. Por algo
pudo decir Fernando Fernán Gómez, actor y escritor: «En los libros podemos
refugiar nuestros sueños para que no se mueran de frío». Y, al leer esta
sentencia, Diario, me despojo del frío de “la ley Celaá”, y clamo: «¡Brrr! ¡El
congelador se ha abierto, cierren el congelador!»; y, al momento, me salva el
sol de la mañana, que, conmigo, elige en la biblioteca un libro de lectura, y vibrando
ambos, le extraemos todo su saber, como si bebiéramos el jugo de la vida (12:32:49).