18 de diciembre de 2020. Viernes.
EPIFANÍA DE LA VIDA
EPIFANÍA DE LA VIDA
-Ayer escuché en el Congreso un aplauso sombrío,
brumoso: oí que se aplaudía el poder matar: era como celebrar a la pandemia. Era
como decir: «¡Bienvenido covid: tú que tanto has hecho por la muerte!» Recuerdo
cuando se aplaudía, días atrás, a los sanitarios, a las fuerzas del orden, a los servidores
de la limpieza, a los agricultores, a los trasportistas, porque nos trían la
vida. Eran aplausos con palomas, con silencios de oración, con tañer de canciones.
Eran aleluyas con destellos luminosos. Ayer, sin embargo, en el Congreso, se
hirió al aplauso, se lastimó su alegría, se vio manchada su belleza. Las manos
de la mayoría de los congresistas se hicieron azada de camposanto, hervidero de
gusanos. El Congreso se hizo lugar de nieblas. Se oscureció el aplauso. Pudo
más el ahorro del Estado que la sabiduría del que sufre, la que nos enseña a
ser prudentes y cuidar con amor de la fugacidad de la vida, que es cosa sagrada,
y que sigue más allá de nuestros sueños, y de nosotros mismos. He oído decir a
Jordi Sabaté, enfermo terminal de ELA (enfermedad debilitante, progresiva y
mortal: la de Stephen Hawking, astrofísico): «El Gobierno nos abandona, quizá
no le damos votos». Quizá. Y sigue: «Antes que ayudar a morir, hay que ayudar a
vivir». Los cuidados paliativos. Nadie quiere vivir sufriendo, pero cualquiera
desea vivir sin la angustia y la quiebra del dolor. Con las ayudas sociales
suficientes, la enfermedad sería más llevadera, y más ligera la carga. La vida
es hermosa y una, y cualquiera desearía vivirla en paz y sin amargos bocados, y
luego dejarla con una muerte bondadosa y no infringida, no causada por la falta
de amor y por el desprecio al que sufre; sufrimiento con el que se sirve a los demás.
Vivir la vida, Diario, y con Dios al fondo: haciéndonos infinitos con él,
reinventándonos siempre, siendo una mueva e insólita epifanía de la vida (17:19:03).