12 de mayo de 2020. Martes.
UN PLATO DE COMIDA
El gobernante y el pueblo, en un mitin. El País |
-Hoy rezo y miro al cielo, cubierto. Los vencejos
vuelan con la temeridad de un cuchillo desenvainado, y que, lanzado a toda
velocidad, nunca da en la diana; quiero decir, que siempre, en piruetas de alto
ingenio, se salen por la tangente. No tropiezan entre sí y se ríen mucho. O eso
perece. Cosa que no podemos decir los humanos. La pobreza sigue insistiendo en
la mayoría de los países del mundo. En la prensa veía hoy fotografías de esas
colas de gente de varios cientos de metros que esperan turno para hacerse con
un plato de comida. Y es gente, en su mayoría, que nunca había pedido. Están con
la mascarilla en la boca y los ojos bajos, como sintiendo molestar, como
pidiendo perdón. Perdón por solicitar lo que te corresponde como ciudadanos,
libres y dignos, del mundo. Esta mañana leo en la prensa: «El egoísmo mata más que el
virus». El egoísmo de los pueblos, sus gobernantes, los que
aplauden al rey desnudo del cuento, los que se llaman sabios o intelectuales, y
lo dicen sin pudor en los medios de masas, y ríen, y se burlan de una sociedad
en precario. Una sociedad –el mundo– necesitada de líderes honrados y
desprendidos, capaces. «La política se ha convertido en lo contrario de lo que debería
ser –dice el periodista Pablo M. Díez–. En lugar de gobernarnos los más sabios,
justos y nobles, estamos en manos de gente a la que jamás le dejaría la llave
de mi casa». Y es este un aserto que hay que reconocer y meditar, se tenga este
o aquel modo de pensar, aquella o esta idea política o social. Para gobernar
con bien una casa o una nación se requieren no ideologías, sino ideas. Y
fe en esas ideas, Diario, como el creyente en Dios (18:28:43).
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